Tribuna:

Una tragedia

Se estaba acabando el champaña y las dos mujeres no encontraban la manera de despedirse. La más joven, con un pasaje de crucero y un divorcio calentito en el bolsillo, se sorprendió de las palabras de su amiga: "Los que huyen de sí mismos son como chicles pegados a la suela de su propio zapato". Ella celebró aquella frase que era una relectura de la tragedia: "No es mía. Es de Buffo". La ignorancia le asomó por las comisuras. ¡Cómo era posible que una mujer culta y moderna no conociera al gran Carlo Maria Buffo! A veces los agujeros negros son los que explican un universo. La amiga le propuso ...

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Se estaba acabando el champaña y las dos mujeres no encontraban la manera de despedirse. La más joven, con un pasaje de crucero y un divorcio calentito en el bolsillo, se sorprendió de las palabras de su amiga: "Los que huyen de sí mismos son como chicles pegados a la suela de su propio zapato". Ella celebró aquella frase que era una relectura de la tragedia: "No es mía. Es de Buffo". La ignorancia le asomó por las comisuras. ¡Cómo era posible que una mujer culta y moderna no conociera al gran Carlo Maria Buffo! A veces los agujeros negros son los que explican un universo. La amiga le propuso un reto: antes de un mes, ella lo sabría todo del tal Buffo. "Imposible", dijo. "Si no quiero saberlo, nunca lo sabré". Se apostaron cenas carísimas mientras se despedían. "Puedo esperar un mes para ganar la apuesta y que me lo digas tú". Pero su amiga todavía insistía: "No te confíes. El ser humano siempre segrega mecanismos inconscientes para llegar a conocer aquello que él cree ignorar".Ya en el barco que la llevaba un mes por el Caribe, se negó a leer la prensa para evitar que la biografia de Buffo se colara en las grietas de su cultura. Y cada noche, antes de acostarse en su camarote, miraba la suela de su zapato para comprobar si el chicle de su pasado seguía allí. La despertó una campana angustiosa y los gritos de alarma mientras la nave se hundía bajo un huracán con nombre de mujer. Durante horas fue sólo un cuerpo flotante que acabó varado en los bajíos de un cayo arenoso y donde los labios de otro náufrago le dieron la vida por la boca. Se dispuso a vivir con aquel hombre en la soledad de su Isla tal vez póstuma. Y una noche, después del amor desesperado, le preguntó su nombre: "Me llamo Buffo y escribo cosas". Fue entonces cuando ella advirtió que hacía días que iba descalza por la arena y que el zapato y el chicle se habían ido definitivamente a pique.

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