Tribuna:

El mercado de los 'fisiócratas'

El espíritu de economía aumenta sin cesar la riqueza de una noción o de un colectivo; el lujo y el despilfarro tienden sin cesar a, destruirla. Es un principio conocido sobre el que los fisiócratas argumentaron la necesidad de reforzar el ahorro, y es un juicio que sirve ahora a la llamada inversión institucional para mantenerse a la espera de mejor ocasión, atrincherada en los cuarteles de la altísima liquidez. Cuando las carteras están muy líquidas -sobrecargadas de letras del Tesoro y otros activos similares-, la Bolsa suele evolucionar con dientes suaves en el día a día hasta que un...

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El espíritu de economía aumenta sin cesar la riqueza de una noción o de un colectivo; el lujo y el despilfarro tienden sin cesar a, destruirla. Es un principio conocido sobre el que los fisiócratas argumentaron la necesidad de reforzar el ahorro, y es un juicio que sirve ahora a la llamada inversión institucional para mantenerse a la espera de mejor ocasión, atrincherada en los cuarteles de la altísima liquidez. Cuando las carteras están muy líquidas -sobrecargadas de letras del Tesoro y otros activos similares-, la Bolsa suele evolucionar con dientes suaves en el día a día hasta que un pistoletazo de salida -definido por condiciones psicológicas, monetarias o por un bajón de precios en mercados alternativos como el crudo o los metales preciosos- desparrama el dinero a borbotones.De momento, se impone la mesura con ligeras euforias, producto del IPC favorable, aunque la lentitud convierte en eternos los minutos telefónicos del enfebrecido operador. Por ahora, el bolsista prefiere tener a desear y el mercado atiende la Ley de Say, ya que los recursos no se trasvasan de más a menos como sería lógico. A precios más que asequibles, la gran inversión no se decide y sigue apostando por la propensión al ahorro.

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