Editorial:

El mes más cruel

"ABRIL ES el mes más cruel". El célebre verso del poeta anglosajón T. S. Eliot viene a resumir la impresión que en el mundo de la cultura literaria europea han dejado las muertes sucesivas de dos de los escritores que con su obra y su testimonio han ayudado a formar la conciencia crítica del continente, los dos desde perspectivas diferentes, uno con el arma de] pesimismo, Max Frisch, y el otro, Graham Greene, con el convencimiento de que no está todo perdido porque queda la fe.Ninguno de los dos mereció, sin embargo, el galardón más importante que se da en este mundo a aquellos que son capaces...

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"ABRIL ES el mes más cruel". El célebre verso del poeta anglosajón T. S. Eliot viene a resumir la impresión que en el mundo de la cultura literaria europea han dejado las muertes sucesivas de dos de los escritores que con su obra y su testimonio han ayudado a formar la conciencia crítica del continente, los dos desde perspectivas diferentes, uno con el arma de] pesimismo, Max Frisch, y el otro, Graham Greene, con el convencimiento de que no está todo perdido porque queda la fe.Ninguno de los dos mereció, sin embargo, el galardón más importante que se da en este mundo a aquellos que son capaces de trasladar con palabras la emoción de una época. Max Frisch y Graham Greene fallecieron desposeídos del Premio Nobel, y acaso ha sido esa cicatería de la cultura oficial la que ha engrandecido aún más el sentido de la independencia con que crearon su obra.

Los de estos escritores muertos en abril fueron libros en los que se reflejaba la perplejidad ante la miseria humana, en un universo donde los adelantos técnicos y económicos iban siempre por delante de la compasión y de la solidaridad. Tanto Frisch como Greene fueron personajes comprometidos con su tiempo, y los dos combatieron a favor de la libertad cuando el continente se partió en dos y conoció el centro de la barbarie. El escepticismo de ambos nunca fue consecuencia del abandono de los principios por los que lucharon como europeos: su literatura consolidó también una manera de ser que es hija del repudio de aquella barbarie, y en todas sus obras se puede rastrear el desprecio común por los tiranos. El humor -la paradoja de Max Frisch, el distanciamiento de Greene- era, por otra parte, consecuencia de su conocimiento de la cultura, y ésta fue siempre reflejo de una sensibilidad europea.

Cuando murió el escritor italiano Leonardo Sciascia, un enemigo político suyo, el periodista Indro Montanelli, dijo que se le había muerto un punto referencia, porque cada vez que se producía cualquier acontecimiento o se ponía en marcha alguna idea se preguntaba qué pensaría Sciascia de ello. Greene y Frisch eran, como ciudadanos europeos que escribían, dos conciencias críticas de su tiempo, y con su desaparición se van también dos puntos de referencia, dos visiones complementarias del mundo, dos lugares comunes donde confluía la mejor tradición literaria de Europa.

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Anteayer, cuando falleció Graham Greene, el colombiano Gabriel García Márquez, que sí tiene el Nobel, afirmó irónicamente que pediría a sus amigos de la Academia Sueca que dieran el nombre del autor de El poder y la gloria al galardón literario más importante del mundo. La lista de aquellos que han muerto sin recibirlo habiéndolo merecido es tan grande como la propia lista de los Nobel. Y en esa lista también ha sido aparcado por el destino, y acaso per la ceguera, el autor de Homo Faber, que, como Greene, ha muerto en Suiza, el país que, como se decía en El tercer hombre, sólo ha sido capaz de inventar el reloj de cuco a pesar de que siempre vivió en paz.

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