Tribuna:

Aplastamiento

La protesta contra la guerra del Golfo fue por el hecho mismo de la guerra, solución dificilmente tolerable y jamás deseada a estas alturas del siglo XX. Pero también fue porque no iba a ser guerra, sino aplastamiento inexorable de la nación iraquí, incapaz de sobrevivir al terrible potencial bélico que le iba a caer encima. Y así ha sido, finalmente. El ejército de Sadam Husein ni siquiera tenía el armamento que decía la propaganda occidental, carecía de capacidad de respuesta, estaba formado por una tropa de aspecto famélico, mal pertrechada y en alpargatas.Sin embargo, lo importante para Es...

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La protesta contra la guerra del Golfo fue por el hecho mismo de la guerra, solución dificilmente tolerable y jamás deseada a estas alturas del siglo XX. Pero también fue porque no iba a ser guerra, sino aplastamiento inexorable de la nación iraquí, incapaz de sobrevivir al terrible potencial bélico que le iba a caer encima. Y así ha sido, finalmente. El ejército de Sadam Husein ni siquiera tenía el armamento que decía la propaganda occidental, carecía de capacidad de respuesta, estaba formado por una tropa de aspecto famélico, mal pertrechada y en alpargatas.Sin embargo, lo importante para Estados Unidos y sus aliados no era únicamente declarar la guerra, luego ganarla, sino contársela al mundo de forma que la encontrara justa, le pareciera bonita, le resultara convincente y justificara el nuevo orden que ha de venir. Y no tuvieron ninguna dificultad para conseguirlo, pues ya es sabido que la historia la escriben los vencedores, naturalmente a su gusto y conveniencia.

Ahora habrá de venir ese nuevo orden, y en su día se verá cuál es en el concierto de las naciones. Mas, para los ciudadanos, empezó con los primeros disparos. No habían transcurrido ni 15 días cuando muchas grandes empresas empezaron a reducir plantillas, y los trabajadores no tenían defensa ante la nueva situación. La doctrina socialista, que fomentó los movimientos reivindicativos de los trabajadores, se había desmoronado curiosamente unos meses antes del conflicto, y las invocaciones a la dignidad que, en nombre de la religión cristiana, hacía el Papa caían en el vacío. Los bienes espirituales sucumbían ante los materiales, y éstos son los que ha consagrado la victoria. La guerra no sólo ha aplastado un ejército insignificante, sino que ha legitimado la ley del más fuerte. Y seguramente éste es el nuevo orden, en el que los valores de la persona humana no cuentan para nada.

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