Mínima referencia de Juan Pablo II al 25º aniversario del Concilio Vaticano II

El Papa dedicó ayer cinco líneas de su sermón sobre la Inmaculada a recordar el 25º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II. Un concilio que Juan XXIII, apellidado el Papa bueno, convocó por sorpresa en 1959, a los pocos meses de su acceso a la cátedra de Pedro. El Vaticano II fue llamado más tarde el mayo francés y también la primavera de Praga, de la Iglesia, y fue sin duda el hecho religioso más revolucionario de este siglo.

No hubo ayer ninguna conmemoración oficial en el Vaticano para celebrar las bodas de plata de la clausura del Vaticano II, el concilio ecuménico de l...

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El Papa dedicó ayer cinco líneas de su sermón sobre la Inmaculada a recordar el 25º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II. Un concilio que Juan XXIII, apellidado el Papa bueno, convocó por sorpresa en 1959, a los pocos meses de su acceso a la cátedra de Pedro. El Vaticano II fue llamado más tarde el mayo francés y también la primavera de Praga, de la Iglesia, y fue sin duda el hecho religioso más revolucionario de este siglo.

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No hubo ayer ninguna conmemoración oficial en el Vaticano para celebrar las bodas de plata de la clausura del Vaticano II, el concilio ecuménico de la Iglesia católica más importante de este siglo. El diario vaticano, L'Osservatore Romano, encargó a Vincenzo Carbone, una firma desconocida incluso en ambientes eclesiales, que escribiera sobre el tema un artículo titulado Luz para la Iglesia y para el mundo moderno.Por la tarde, Juan Pablo, durante la misa celebrada con motivo de la festividad de la Inmaculada en la basílica romana de Santa María la Mayor, dedicó cinco líneas de su sermón sobre la Virgen para recordar que en este día, hace 25 años, se había clausurado "el acontecimiento extraordinario" del Concilio Vaticano II, que había "acercado a los hombres a la salvación" y que había representado "un nuevo Pentecostés para la Iglesia y para la humanidad".

Mientras tanto, el papa Wojtyla ha anunciado que será consagrado obispo el dirigente del Opus Dei Álvaro del Portillo, mientras que el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, ha anunciado para los días próximos la conmemoración del aniversario de la muerte del legendario cardenal Ottaviani, ex prefecto del ex Santo Oficio, que se apellidaba a sí mismo "el carabinero de la fe" y que fue el terror de los teólogos progresistas, hasta el punto de que había incluso abierto una investigación contra el cardenal Montini, arzobispo de Milán, que más tarde llegaría a Papa.

El Vaticano II, que era el 21º concilio ecuménico celebrado por la Iglesia católica en 2.000 años de historia, fue el más seguido y aplaudido por el llamado mundo laico y el acontecimiento religioso que alcanzó mayor eco en los medios de comunicación del mundo entero.

Ello fue debido a que la reunión de 3.000 obispos llegados de los cinco continentes, junto con los observadores religiosos de todas las confesiones cristianas no católicas, se celebraba en uno de los momentos más críticos de la Iglesia de Roma, que había perdido su contacto con el mundo del trabajo, con los intelectuales y con las otras religiones.

Momento histórico

Era un momento histórico singular. En Francia acababa de ser elegido De Gaulle, Fidel Castro había tomado el poder en Cuba, el líder soviético Nikita Jruschov estaba a punto de ir a Estados Unidos para encontrarse con Kennedy y en Argel se preparaba la revuelta.Juan XXIII sabía que para llevar a cabo su designio de "renovar la Iglesia", poniéndola "en sintonía con el hombre de la calle", necesitaba del apoyo de todos los obispos del mundo, ya que la curia romana pensaba entonces sólo en "condenar herejías". Juan XXIII en su discurso de apertura del concilio, cuando condenó a los llamados "profetas de desventuras" -es decir, a los "eternos pesimistas"- afirmando que había llegado la hora de "reconciliar a la Iglesia de Jesucristo con el mundo de nuestro tiempo".

Y empezó la apasionada batalla entre progresistas y conservadores. En España eran los tiempos del franquismo, y ciertas intervenciones de los grandes cardenales del norte de Europa sobre la libertad religiosa, sobre el ecumenismo, sobre la sexualidad y contra las culpas de la Iglesia en la generación del ateísmo eran como puñetazos en el estómago para el régimen.

Juan XXIII murió acabada la primera fase del concilio y le sucedió el tímido e intelectual Montini, quien recogió con fervor la bandera del concilio y durante tres años fue su gran paladín, eclocándose abiertamente de parte del grupo de obispos y cardenales más abiertos. Y así, hace ahora 25 años, el concilio se clausuró tras haber creado un clima de confianza del mundo seglar en una Iglesia que se había acercado con simpatía a los hombres en una clave "de misericordia y de diálogo".

Se cambió radicalmente la concepción de la teología eclesial, que de llamarse "jerárquica" pasó a ser el "pueblo de Dios"; se corrigieron las bases de la sexualidad matrimonial, concebida también como "diálogo entre los esposos". De allí nacieron la teología de la liberación, las comunidades cristianas de base, el ecumenismo, y hoy los teólogos especulan con una teología del placer sexual.

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