Editorial:

Tiempo de Universidad

EN ESTOS días inician sus cursos las universidades españolas; abren sus puertas a más, de un millón de estudiantes, de los que cerca de la cuarta parte accede por primera vez a las aulas. Y aunque la Universidad trabaja en tareas de investigación antes del inicio del periodo lectivo y después de su finalización, es éste el momento en que cobra actualidad social, especialmente entre las familias con jóvenes en edad de estudiar y más especialmente si estos jóvenes han tenido dificultades de acceso o de elección de estudios.Una vez. pasados estos momentos, el interés público suele decaer hast a l...

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EN ESTOS días inician sus cursos las universidades españolas; abren sus puertas a más, de un millón de estudiantes, de los que cerca de la cuarta parte accede por primera vez a las aulas. Y aunque la Universidad trabaja en tareas de investigación antes del inicio del periodo lectivo y después de su finalización, es éste el momento en que cobra actualidad social, especialmente entre las familias con jóvenes en edad de estudiar y más especialmente si estos jóvenes han tenido dificultades de acceso o de elección de estudios.Una vez. pasados estos momentos, el interés público suele decaer hast a las fechas de los exámenes finales, salvo que se produzca antes alguna situación de conflicto. Y, sin embargo, el trabajo de transmisión y creación de conocimientos, de educación de los jóvenes en un periodo crucial de sus vidas, es de la mayor importancia para el futuro de España.

Así se percibe en el mundo desarrollado, donde el bienestar material y moral de sus poblaciones depende más de la inteligencia aplicada a las necesidades de la sociedad que de las siempre limitadas materias primas o las inciertas riquezas naturales. La inversión en ciencia y cultura es probablemente la más rentable y la más segura, aunque a largo plazo. Y justamente es ese factor, el largo plazo, lo que hace que no se perciba por parte de las administraciones más iniopes, pero también por parte, de la sociedad en su conjunto, la inversión en enseftanza superior como productiva y se posponga con frecuencia ante necesidades más perentorias.

La Universidad española no está, en general, a la altura de lo que el país necesita y debería exigir, pese al esfuerzo indudable que se ha hecho en los últimos años. En este. sentido, es significativo que la educación sea uno de los sectores mejores parados tras el recorte presupuestario anunciado para el próximo ejercicio. Para ser más exactos, habría que hablar de las universidades españolas, ya que empiezan a diferenciarse y a adquirir perfiles propios, de modo que el grado de insuficiencia no es el mismo en todas ellas. Contribuyen a ello factores internos, como la falta de preparación, de dedicación o de motivación y el exceso de corporativismo de los universitarios, a quienes habría que recordar que la Universidad es un bien público sufragado por la sociedad en su conjunto y que son los intereses de ésta los que deben, primar sobre cualesquiera otros. Y, también, factores externos, como la falta de confianza en la institución, la enorme presión social por falta de una alternativa pos-secundaria válida y, sobre todo, de unas dotaciones económicas que contrastan escandalosamente con las de los países de nuestro entorno. En efecto, el porcentaje del PIB que se dedica en España a la educación superior oscila entre la mitad y la tercera parte del dedicado en los países europeos, con una tasa de escolarización universitaria del orden o incluso ligeramente superior a la media europea. Revelador dato acerca del abandono y la desidia con que, desde antiguo, se ha tratado en España a la institución universitaria.

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Tienen ahora las universidades la oportunidad de demostrar su dinamismo, o su ausencia de él, en el proceso de elaboración de nuevos planes de estudios, de diversificación de las enseñanzas y de mejora en la calidad de las mismas. Y deben también hacer lo posible por responder a la demanda de estudios superiores, especialmente en lo que a ciertas carreras se refiere. Es obvio que la respuesta de las universidades no puede adaptarse instantáneamente a las oscilaciones de la demanda; los equipamientos y, sobre todo, la formación de nuevos profesores requiere su tiempo. Pero no pueden escatimarse esfuerzos ni imaginación en la búsqueda de una solución. Quizá la entrada en vigor del distrito único el curso que viene, aunque sea parcialmente y a título experimental, pueda ayudar a utilizar mejor los medios disponibles en enseñanza superior. Todos han de poner algo de su parte: las universidades, tomando las medidas organizativas adecuadas para hacerlo posible; el Gobierno, creando los programas de becas y ayudas necesarias para favorecer la movilidad estudiantil, y las comunidades autónomas y las familias, aceptando que las universidades no pertenecen sólo al entorno geográfico más cercano, sino que están al servicio del país en su conjunto.

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