Tribuna:

Fronteras

Hubo un tiempo en que se creía que la Tierra era plana como el tablero de una mesa. En consecuencia, quien se aventuraba a navegar hasta sus bordes corría el peligro de caer en un abismo sobre el que no había otra información que la producida por el miedo y la fantasía de los seres humanos. Aquella frontera donde acababa la Tierra y empezaba el abismo era también el límite entre la inteligencia del hombre y sus fantasmas. Hay un genero literario -el de los relatos fronterizos- caracterizado por moverse en esa línea entre lo que se conoce, o se cree conocer, y el territorio de las sombras. El p...

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Hubo un tiempo en que se creía que la Tierra era plana como el tablero de una mesa. En consecuencia, quien se aventuraba a navegar hasta sus bordes corría el peligro de caer en un abismo sobre el que no había otra información que la producida por el miedo y la fantasía de los seres humanos. Aquella frontera donde acababa la Tierra y empezaba el abismo era también el límite entre la inteligencia del hombre y sus fantasmas. Hay un genero literario -el de los relatos fronterizos- caracterizado por moverse en esa línea entre lo que se conoce, o se cree conocer, y el territorio de las sombras. El progreso del hombre, en el caso de que podamos aplicar tal calificativo a la evolución de ese bípedo, no ha consistido en otra cosa que en el ensanchamiento de los confines de la inteligencia. Para ello ha sido necesario jugarse la vida, exponerse a la locura o aceptar el grado de soledad que implica hacer equilibrios en el borde de la realidad.También ahora, como entonces, hay una realidad dada, más allá de cuyos límites, al parecer, habita el caos. Lo han dicho, lo están diciendo todo el día, las mentes más preclaras del siglo: es preciso extender el modelo de convivencia USA; las relaciones humanas sólo son concebibles en el territorio ideológico donde imperan las leyes del mercado. En consecuencia, todo aquello que se mueva sin una etiqueta donde conste su precio, su composición y las instrucciones de lavado, no existe. Así de simple. La explotación del hombre por el hombre es un mal menor y, en cualquier caso, es un mal necesario. No hay más que hablar. El territorio está acotado y es plano como el tablero de una mesa; quien quiera alcanzar sus bordes y asomarse corre el peligro de precipitarse en el vacío y confundirse con la nada. Allá él. Para los más sensatos hay mapas de la realidad ideológica establecida al alcance de todos los bolsillos.

En fin.

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