La lentitud de la burocracia 'obliga' a vivir en Madrid a más de 2.000 refugiados políticos

Más de 2.000 refugiados políticos se ven obligados a vivir en Madrid debido al largo rosario de tramitaciones burocráticas que dificultan e impiden su legalización. Además de enfrentarse a la lenta burocracia, estos extranjeros tienen que vencer el difícil reto de sobrevivir con escasas ayudas y la teórica prohibición de no ejercer ningún trabajo. El año pasado fueron 4.000 personas las que solicitaron refugio y asilo en España -la mayoría lo hicieron en Madrid- por razones políticas o religiosas. Pero sólo el 4,5% de los casos fueron aceptados, según fuentes de la Comisión Española de Ayuda a...

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Más de 2.000 refugiados políticos se ven obligados a vivir en Madrid debido al largo rosario de tramitaciones burocráticas que dificultan e impiden su legalización. Además de enfrentarse a la lenta burocracia, estos extranjeros tienen que vencer el difícil reto de sobrevivir con escasas ayudas y la teórica prohibición de no ejercer ningún trabajo. El año pasado fueron 4.000 personas las que solicitaron refugio y asilo en España -la mayoría lo hicieron en Madrid- por razones políticas o religiosas. Pero sólo el 4,5% de los casos fueron aceptados, según fuentes de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado.

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Nueve de la mañana. El mostrador para solicitantes de asilo y refugio de la Comisaría General de Documentación, en la calle del General Pardiñas, de Madrid, acaba de iniciar su actividad al público. Un día más se pone en marcha el angustioso vía crucis de los refugiados, todos los extranjeros que llegaron a Madrid escapando de sus países.Son más de 13 millones en todo el mundo los que han tenido que salir de su país para buscar, otro seguro. El año pasado, 3.900 personas. solicitaron en España el estatuto de refugiado. El 50% de ellas eran polacas.

El primer obstáculo que han de vencer consiste en contestar a un formularlo redactado sólo en castellano, idioma que los recién llegados no suelen conocer, mientras las funcionarias del mostrador de la oficina de la calle del General Pardiñas no hablan inglés ni francés. Muchos de los solicitantes se dirigen al mostrador en grupo con la ayuda de un intérprete compatriota con experiencia en estas lides,y que, además, domina dónde están y cómo funcionan las fotocopiadoras y fotomatones cercanos.

Entre el murmullo de la cola se levanta la voz de un joven que ha perdido la paciencia. Es chileno y se llama Luis Vilches Díaz. Hace cinco años que llegó a España. "Fueron las propias autoridades españolas las que intervinieron para que el régimen chileno cambiara mi condena por la salida a España", explica el joven. La ley de refugio establece que cada caso de solicitud debe rá ser resuelto en un plazo máximo de seis meses. Pero Vilches, a pesar de los informes de Exterio res a su favor, hace cinco año que espera.

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No pueden trabajar

Mientras los solicitantes se pierden en este laberinto, la ley española, a diferencia de la francesa, no permite que sean contratados ni siquiera de forma temporal. De ser sorprendidos en la violación de esta cláusula, su petición puede llegar a ser rechazada. Para sobrevivir sólo les quedan dos posibilidades: la ayuda de la Cruz Roja, unas 30.000 pesetas al mes, o la estancia en un centro de acogida al refugiado. Una opción excluye la otra.

Maika, rumana, vive en una de estas residencias junto con su marido y sus tres hijos, erí una habitación de 20 metros, desde el pasado noviembre. "La verdad es que tampoco necesitamos mucho más", explica con una sonrisa. Al igual que su marido, es médica. Tiene suerte: después de vender su reloj de pulsera, su familia dispone de algún dinero.

La tragedia estalla cuando la ayuda, que sólo dura un máximo de un año, acaba y la tramitación, que puede prolongarse incluso dos años, todavía no ha concluido. Miguel Aguiar, exiliado cubano atrapado en una historia kafkiana por la que España no le da cobijo pero su Gobierno no le deja volver, intenta salir adelante. A veces pide limosna junto al grupo de mendigos habituales de una iglesia cercana a la calle de Orense.

La adquisición de la condición de refugiado no acaba con las preocupaciones de los buscapatrias, especialmente de aquellos que ejercen de portavoces de la oposición en el exilio.

El marroquí Beyuki, que goza de estatuto de refugiado y permiso de trabajo, relata con humor los agravios con los que se ha enfrentado durante su actividad como portavoz de los exiliados y emigrantes marroquíes en Madrid.

Entre la serie de agravios está el efectuado por el concejal que rechazó el permiso para que la Asociación de Trabajadores e Inmigrantes de Marruecos en España en las fiestas del 1 de mayo en Móstoles porque no podía entender "qué carajo pinta un chiringuito de moros en Móstoles". O las visitas rutinarias de la policía a su casa. "A veces, coincidiendo con visitas de amigos marroquíes, la policía se ha presentado, sin muy buenos modales, a la puerta de mi casa para controlar la documentación de mis invitados", explica Beyuki.

En el barrio de Móstoles donde reside, Beyuki es popular no sólo entre sus compatriotas, sino entre los cristianos. "Qué tal, estrella..."; "muy bien ese perfil", le saludan por la calle refiriéndose a una de sus apariciones televisivas en defensa de los trabajadores marroquíes.

'Cuscús' en Móstoles

La preferencia de los emigrantes y refugíados marroquíes e iraníes por vivir en Móstoles ha estimulado el establecimiento de, varios restaurantes árabes, donde se preparan cuscús con garantías de autenticidad.

Severo Moto es periodista y dirigente del Partido del Progreso, en lucha por una apertura democrática del régimen de Teodoro Obiang. Su reino está en Fuenlabrada, donde reside el grueso de la colonia procedente de Guinea Ecuatorial. El momento más duro de su vida como dirigente opositor en el exilio fue hace dos años, cuando su grupo lideraba una campaña de denuncia y un funcionario le amenazó con retirarle el estatuto de refugiado.

Moto, que está plenamente integrado en la comunidad de Fuenlabrada, dirige el coro de la iglesia de San José. Sus hijos y los de otros compatriotas dan marcha al pueblo con los ritmos africanos de grupos musicales, como Color Power.

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