Entrevista:

"Cuando de casi todo hace ya cuarenta años..."

La generación de los 50 parece estar de más actualidad que nunca. Han aparecido recientemente números monográficos de las revistas Ínsula, El Urogallo, Abalorio y Revista de Occidente, y menudean los seminarios y cursos sobre el grupo. Castellet responde a las preguntas de los estudiosos, escucha sonriendo y en silencio los análisis que se hacen del grupo, y bucea en la memoria y en los archivos a la búsqueda del dato olvidado.Pregunta. ¿Cómo vive la avalancha de estudiosos que le abordan para profundizar en la Escuela de Barcelona?

Respuesta. Ver el i...

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La generación de los 50 parece estar de más actualidad que nunca. Han aparecido recientemente números monográficos de las revistas Ínsula, El Urogallo, Abalorio y Revista de Occidente, y menudean los seminarios y cursos sobre el grupo. Castellet responde a las preguntas de los estudiosos, escucha sonriendo y en silencio los análisis que se hacen del grupo, y bucea en la memoria y en los archivos a la búsqueda del dato olvidado.Pregunta. ¿Cómo vive la avalancha de estudiosos que le abordan para profundizar en la Escuela de Barcelona?

Respuesta. Ver el interés que despierta ahora la generación es algo que en principio me divierte, ya que yo soy de los que más creyó en el grupo. Me divierte hablar de ello, me divierten las investigaciones de Carme Riera, Laureano Bonet y compañía, pero me pesa mucho la soledad. Sentí mucho las muertes de Carlos Barral y de Jaime Gil de Biedma y ahora, al verme sometido a un repaso del grupo, siento aún más su ausencia.

P. ¿No hay, acaso, un exceso de mitificación del grupo?

R. Hay, en efecto, una mitificación indudable. La aventura empieza como un grupo de amigos, pero los analistas no han vivido el aspecto lúdico del grupo. Y esta explosión lúdica, que era importante, continúa con los premios Formentor y se europeíza con el Prix International de Littérature. A partir de aquí, entramos en contacto con grandes escritores europeos de los años sesenta y sigue la continuidad hasta principios de los ochenta. Nuestra aventura mitificada tuvo elementos de autoformación y también lúdicos y cuando veo que los estudiosos se lo toman tan en serio pienso que algo raro pasa.

P. En Los escenarios de la memoria (1988) usted entró en el terreno de la memoria, pero no ha escrito todavía sobre el grupo.

R. Es mi asignatura pendiente. De hecho, he comenzado a escribir ya sobre la Escuela de Barcelona, pero las muertes de Barral y Gil de Biedma me hicieron aparcar el proyecto. Si hay un trabajo pendiente para mí es éste, el de dar mi testimonio personal sobre aquellos años. El tono será como el de Los escenarios de la memoria, pero yo estaré más implicado, por el hecho de ser coprotagonista.

P. En esos momentos de balance, de fijar los datos del grupo de los cincuenta, supongo que habrá habido tensiones, autores que se habrán considerado infravalorados o apartados injustamente del grupo.

R. En el núcleo del grupo, la amistad jugó un papel muy importante y los lazos entre nosotros eran tan grandes que hubo peleas, tensiones y separaciones, pero cuando nos volvíamos a encontrar retornábamos la conversación donde la habíamos dejado. Me ocurría con Barral y Gil de Biedma, y también con Ferrater. Esos tres, junto con Juan Goytisolo, éramos los más amigos.

P. A la hora de fijar la imagen del grupo, se atribuyen a todos los componentes etiquetas muy estrictas. Castellet era el crítico, Barral el aglutinador, etcétera. En realidad, ¿estaban tan delimitados los roles?

R. En el caso de Barral y mío era bastante así. A través de la editorial, Barral aglutinaba el grupo, donde los creadores más personales eran Jaime Gil de Biedma y Gabriel Ferrater.

P. ¿Se siente a gusto con el papel de crítico que le atribuyen?

R. No era exactamente eso. Yo recogí un poco la idea literaria y de pensamiento del grupo y eso dura, como mínimo, hasta la publicación de la Antología (1959).

Proceso errático

P. El lanzamiento del grupo fue una operación tan pensada como se ha dicho. El homenaje a Machado en Colliure, la antología, etcétera.

R. No era una operación milimétricamente calculada. En definitiva, la antología de Veinte años de poesía española es la culminación de un proceso errático, algo que concreta la voluntad del grupo. Una de las gracias del grupo es que practica poco el secretismo y que, realmente, se ha sabido todo de aquellos años.

P. Es curioso que el grupo haya practicado tanto el memorialismo. Barral publicó Años de penitencia y otros tomos de memorias; Gil de Biedma, Diario del artista seriamente enfermo; Juan Goytisolo, Coto vedado y usted, Los escenarios de la memoria...

R. Una de las características del grupo es que es que apostamos por el racionalismo en un momento de irracionalismo absoluto. El racionalismo implica decir la verdad de las cosas. Escribimos con una desinhibición absoluta: se explica todo, incluidas las rencillas y tensiones, porque no pasa nada si se explica. Realmente, queda poco por explicar. Además, tenemos el vampirísmo de las tesis. Ha llegado un momento en el que yo apenas tengo nada que decir... De todos modos, tengo que conservar algo para las memorias, para que tengan algún aliciente.

P. ¿No es un poco pesado ejercer de "momia venerable del grupo" de ver como acuden a usted todos los estudiosos?

R. Es un poco pesado, sobre todo porque no tengo vocación pedagógica. Se da la circunstancia, además, de que en 1963 realicé, con Joaquim Molas, una antologia de la poesía catalana del siglo XX, y llegan a mi muchos estudiosos en busca de datos sobre ambos terrenos. Realmente es una lata espantosa. Además, las memorias de Carlos Barral son literarias, no se preocupa de comprobar datos y fechas, y suelen acudir a mí doctorandos para comprobar contradicciones o errores en sus escritos.

P. A menudo se le oye repetir, en tono de broma, la frase "cuando de casi todo hace ya cuarenta años..." ¿Cómo se ve todo, tanto tiempo después?

R. La distancia ayuda a ser más objetivo. Uno de los temas que me gustaría tocar es, por ejemplo, la ampliación del término Escuela de Barcelona. En los años de Laye había tres revistas, dos clandestinas (Dau al set y Ariel) y una que no lo era (Laye). Me gustaría, a través de la distancia que se gana con el tiempo, adquirir una visión más global. Han pasado años y los contrarios de aquel período ya no lo somos, la enemistad ya no existe. Ahora estamos en buena relación con intelectuales como Jordi Sarsanedas, Jaume Palau i Fabre, Joan Brossa y Antoni Tápies (relacionados con Dau al set y Aríel). Hemos seguido trayectorias distintas que han acabado engrosando el tejido catalán, incluyendo en este tejido a los autores de Cataluña que escriben en castellano. En este aspecto, el de la inclusión de autores que escriben en castellano en la cultura catalana, soy irreductible.

P. ¿Como ve, en estos momentos, la convivencia del catalán y del castellano en Cataluña y la política cultural de la Generalitat?

R. La integración cuesta mucho. Al principio del planteamiento de la Generalitat había dos personas que no lo entendían muy bien: Max Caliner (ex consejero de Cultura) y Jordi Pujol. Mi libro Per un debat sobre la cultura a Catalunya no lo hice como un ataque a Cahner sino al Gobierno de la Generalitat por no haber sabido integrar. En mi libro se ofrecían las bases para un pacto cultural destinado a agrupar fuerzas y a ofrecer un puente cultural con Madrid. Han tenido que pasar diez años para que Guitart (consejero de Cultura de la Generalitat) y Jordi Pujol se muestren en disposición de pactar.

P. Los cuarenta años de los que hablábamos, la mitificación de los años de juventud, ¿implica una nostalgia, una constatación de que el pasado fue mejor?

R. No, no vivimos enganchados al pasado. Todavía me siento joven para pensar que me pueden pasar muchas cosas. Entre otras, puede ocurrir que llegue la muerte.

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