Cartas al director

Donde mueren los jovenes

Ha muerto mi hija de 25 años, víctima de la heroína. Atrás quedan ocho terribles años y una familia destrozada.El tremendo dolor que se siente al ver morir lentamente a una hija en lo mejor de su vida se pudo paliar en algunos momentos, y éste es el motivo de mi carta, gracias a los cuidados que recibió por parte de todo el personal del hospital Carlos III. La sociedad ignora que en este centro existe una planta, totalmente insuficiente para las necesidades actuales, donde mueren constantemente jóvenes que no llegan a cumplir los 30 años, víctimas de las múltiples enfermedades que produce la d...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Ha muerto mi hija de 25 años, víctima de la heroína. Atrás quedan ocho terribles años y una familia destrozada.El tremendo dolor que se siente al ver morir lentamente a una hija en lo mejor de su vida se pudo paliar en algunos momentos, y éste es el motivo de mi carta, gracias a los cuidados que recibió por parte de todo el personal del hospital Carlos III. La sociedad ignora que en este centro existe una planta, totalmente insuficiente para las necesidades actuales, donde mueren constantemente jóvenes que no llegan a cumplir los 30 años, víctimas de las múltiples enfermedades que produce la drogadicción; y asimismo se ignora también que estos enfermos están atendidos por un colectivo de personas que los cuida y trata con una vocación, un cariño y una eficiencia que se merece el reconocimiento no sólo de los familiares, sino de toda la sociedad, ya que estas personas consiguen que nuestros hijos mueran como seres humanos que son, lo que a lo largo de sus tristes y equivocadas vidas se les niega constantemente.

Desde aquí mi más profundo agradecimiento para todo el equipo de la sexta planta del hospital Carlos III, a los que no olvidaré nunca.

En las largas noches que pasé cuidando a mi hija, siempre veía desde su ventana cómo se erguía majestuosa la torre Picasso; no podía evitar un sentimiento de desaliento y dolor, ya que sus famosos habitantes, por muy altos que tuvieran los despachos, estoy segura que nunca verían la ventana de la habitación donde mi hija agonizaba ni todo lo que había detrás de cada una de las ventanas.-

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En