Editorial:

La desunión de la Unión Soviética

EL 28º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) se inició con dolor y múltiples dificultades, inmerso en un proceso de transición desde el monopolio del poder hacia la coexistencia con otras fuerzas políticas, embriones de futuros partidos. La formación del tejido político, con su gama de matices entre diferentes opciones, está tan sólo empezando en la URSS, y el proceso comporta profundos riesgos de inestabilidad, condicionado por la catastrófica situación económica, el enraizamiento de posturas dogmáticas en la sociedad, los conflictos entre las nacionalidades y la revisió...

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EL 28º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) se inició con dolor y múltiples dificultades, inmerso en un proceso de transición desde el monopolio del poder hacia la coexistencia con otras fuerzas políticas, embriones de futuros partidos. La formación del tejido político, con su gama de matices entre diferentes opciones, está tan sólo empezando en la URSS, y el proceso comporta profundos riesgos de inestabilidad, condicionado por la catastrófica situación económica, el enraizamiento de posturas dogmáticas en la sociedad, los conflictos entre las nacionalidades y la revisión de una política exterior excesivamente triunfalista. Este último punto alentó el descontento de algunos sectores militares, aferrados al concepto de superpotencia.Enmarcado en este contexto, el congreso del PCUS ha sido, en primer lugar, un acontecimiento útil para sanear la atmósfera política soviética y para acotar un espacio de centro donde se sitúa hoy el partido comunista. Mijaíl Gorbachov, presidente de la URSS y secretario general del partido, defiende a toda costa ese espacio político, que no es definitivo, pues el proceso de desmembramiento, iniciado ya antes del 28º Congreso, va a continuar en el futuro a medida que maduren nuevos matices políticos. Hay que señalar que la salida del PCUS de Borís Yeltsin, presidente del Parlamento ruso, contribuirá posiblemente a acelerar la desunión, sobre todo en las zonas industriales, donde el partido es contemplado cada vez más como el enemigo público número uno. A ello hay que añadir el efecto centrífugo que pueden deparar la introducción de nuevas formas de gestión económica y el contacto con el pragmatismo occidental.

Mijaíl Gorbachov, que demostró nuevamente su maestría política en la forma de encarrilar el congreso, se ha distanciado inequívocamente de los sectores dogmáticos más conservadores, personificados en Yegor Ligachov, y lo ha hecho con los mismos métodos que en su día empleara para condenar a Borís Yeltsin. El 28º Congreso ha mostrado la división de los conservadores, que no han apoyado, como hubieran podido, a Ligachov. El dirigente conservador goza aún de gran popularidad entre los delegados anónimos para el gran público, lo que no impidió que no fuera elegido miembro del comité central. Otros políticos de igual tendencia, como el jefe del partido de Leningrado, Borís Guidaspov, e incluso el jefe del Partido Comunista Ruso, Iván Polozkov, le han abandonado y buscan ya, a veces desesperadamente, una oportunidad en las proximidades de Gorbachov.

El ala reformista del PCUS, representada en parte por Plataforma Democrática, ha quedado escindida en un sector que permanece dentro del PCUS y otro que lo ha abandonado. Las diferencias surgen sobre las posibilidades de democratización del PCUS. Borís Yeltsin, cuya autoridad puede ser clave a la hora de llevar a cabo unas reformas económicas necesariamente impopulares, va a concentrar sus energías en Rusia. La aparición de una república rusa fuerte y democrática es hoy la gran esperanza para el mantenimiento del Estado soviético, reestructurado desde su misma base. La alianza entre Gorbachov y Yeltsin se presenta como una necesidad histórica.

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Al abandonar a Yegor Ligachov y fustigar a los conservadores, Gorbachov, que desplazará su centro de poder desde el partido al Consejo Presidencial, se ha aproximado a Yeltsin, actualmente obsesionado con la idea de demostrar que puede colmar las esperanzas depositadas en él. Amparado por el aparato presidencial, Gorbachov no puede sentirse rehén de un Politburó diluido entre representantes de las repúblicas y un comité central con un elevado porcentaje de reformistas. El partido se desintegra, pero su secretario general no puede olvidar que es todavía la única estructura que asegura el mantenimiento del Estado y la disciplina de las Fuerzas Armadas y el KGB. Su misión no es otra que el conseguir mantener unida a la URSS hasta instalarla en la nueva situación económica, política, social y militar.

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