ITALIA 90

David contra Mundial

La ocupación hotelera ha descendido un 40%

Una legión de seres humanos aparentemente normales recorre estos días Italia sin que le importe un comino el Mundial. Son los japoneses. Apoyados en el Ponte Vecchio contemplan -mejor dicho, fotografían, que es su forma de contemplar- la puesta de sol que incendia Florencia. Arracimados en torno al David de Miguel Ángel, rinden homenaje a la Italia de siempre sin que les preocupe qué equipo se clasifica para la final. En Roma, Fisa, Venecia o Siena ocurre lo mismo. "Benditos sean los japoneses", dice un camarero romano. "Porque el Mundial no nos ha traído gente. Al contrario, nos la ha quitado...

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Una legión de seres humanos aparentemente normales recorre estos días Italia sin que le importe un comino el Mundial. Son los japoneses. Apoyados en el Ponte Vecchio contemplan -mejor dicho, fotografían, que es su forma de contemplar- la puesta de sol que incendia Florencia. Arracimados en torno al David de Miguel Ángel, rinden homenaje a la Italia de siempre sin que les preocupe qué equipo se clasifica para la final. En Roma, Fisa, Venecia o Siena ocurre lo mismo. "Benditos sean los japoneses", dice un camarero romano. "Porque el Mundial no nos ha traído gente. Al contrario, nos la ha quitado".

La ocupación de plazas hoteleras ha descendido en un 40%, en relación con el año anterior por las mismas fechas: "La gente se asusta, creen que va a ver demasiado jaleo, y se van a otra parte". Concluye, filosófico el camarero: "Y es que estos acontecimientos masivos perjudican al turismo. Pasó lo mismo cuando el Año Santo. No vino ni dios". Al inicio de una semana que se presenta dura, con huelgas salvajes del personal ferroviario, más alguna que otra que puede estallar, los italianos constatan que la vida no es como la esperaban en lo que se respecta al negocio del Mundial.Al mismo tiempo, te puedes encontrar con inesperados y poco deseables visitantes que, procedentes de los países del Este, arriban diariamente a Venecia, tomando por asalto la Serenísima, que apenas se ha repuesto del susto que le provocaba la posibilidad de que la Expo 2.000 se celebrara en ella.

Conjurado este peligro, aparecen ahora esos 75.000 europeos con el permiso de salida recién estrenado y un par de bocadillos en la bolsa, 20.000 liras en el bosillo y una nostalgia tal por las colas a las que están habituados en sus países, que caminan por las callejuelas que bordean los canales uno detrás de otro.

Por lo demás, está la queja de que son pobres, aún ponderando sus ansias de ver arte, de comprobar con sus propios ojos que existe la Venecia de que oyeron hablar. E pur si mouve. Se mueve tanto que ya se calculan los centímetros suplementarios que, gracias a la invasión del Este, va a hundirse aún más en el Adriático. Es probable que tampoco los que vienen de¡ frío se salgan de rositas. Las largas caminatas bajo una temperatura africana acaban conduciéndoles a remojarse los pies en los canales, poblados no exactamente por románticas sirenas, sino por una porquería legendaria que amenaza con todo tipo de infecciones.

Por ello, las autoridades han escrito a los cónsules de los países del Este para que moderen los ímpetus de sus ciudadanos y no los manden a Venecia todos a la vez.

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