Editorial:

La incógnita Fujimori

MARIO VARGAS Llosa, candidato derrotado en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Perú el pasado domingo, afirmó hace dos años que, de ser inglés, no dudaría en votar por Margaret Thatcher. Probablemente, en esta convicción ideológica, defendida de modo esquemático sin tener en cuenta las circunstancias de tiempo y lugar, pueda encontrarse el germen de su fracaso. Las recetas que ha propuesto como candidato de la derecha peruana no eran sino la fría traducción de fórmulas económicas liberales británicas a una realidad radicalmente diferente. Y, así, el hombre que abandonara el m...

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MARIO VARGAS Llosa, candidato derrotado en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Perú el pasado domingo, afirmó hace dos años que, de ser inglés, no dudaría en votar por Margaret Thatcher. Probablemente, en esta convicción ideológica, defendida de modo esquemático sin tener en cuenta las circunstancias de tiempo y lugar, pueda encontrarse el germen de su fracaso. Las recetas que ha propuesto como candidato de la derecha peruana no eran sino la fría traducción de fórmulas económicas liberales británicas a una realidad radicalmente diferente. Y, así, el hombre que abandonara el marxismo por su rechazo del doctrinarismo ha acabado su carrera política corno un doctrinario de signo contrario. Pero su derrota no le invalida como pensador comprometido ni le desprestigia como político; al revés, suscita admiración por un intelectual que ha sabido ser consecuente con sus ideas. Sin pretenderlo, Vargas Llosa ha resultado más consecuentemente sartriano, en lo que hace al compromiso del intelectual crítico, que muchos discípulos del autor de Las manos sucias.

Ha ganado los comicios Alberto Fujimori, el candidato de una agrupación casi misteriosa, Cambio 90, mezcla de tecnocracia, populismo y apoliticismo, surgida poco antesde la primera vuelta de los comicios, a principios de abril pasado. Ahora, confirmando su imparable ascenso en los comicios definitivos del pasado domingo, Fujimori sumó a los votos que ya tenía los del APRA de Alan García y algunos de los que están más a la izquierda.

En los dos meses que han mediado entre ambas vueltas electorales, los adversarios de Vargas Llosa han conseguido que las fórmulas de éste parecieran recetas impropias de un país del Tercer Mundo en el que la mayoría ya está acostumbrada a un sacrificio extremo. Los fantasmas del ajuste económico ortodoxo y del Fondo Monetario Internacional han sido agitados, con éxito, para quitar votos al candidato de la derecha peruana. Pero no han hecho públicos los proyectos alternativos con los que administrar un país agobiado por la quiebra técnica y las desigualdades extremas. En realidad, a Fujimori le ha bastado con oponer simples formulaciones populistas a las promesas de Vargas de más dificultades antes de mejorar, que el pueblo peruano, por fuerza, entiende mal.

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Para valorar el futuro que le esperá a Perú es imprescindible esperar y ver qué tipo de política concreta será practicada y por quiénes. La demagogia de Fujimori es un reflejo del populismo suramericano, cuyos desastrosos efectos son conocidos desde hace tres o cuatro generaciones. Perú se hunde por el peso del subdesarrollo, de la guerrilla, de la invertebración social, del narcotráfico y de la avaricia de unos pocos. Para acabar con estos males se necesitan algo más que frases. Porque es muy posible que Fujimori tenga que acabar aplicando una política de choque muy similar a la que demandaba Vargas Llosa.

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