Tribuna:

El oído

Nadie puede pensar de un modo abstracto sin imaginar las palabras; nadie puede imaginar las palabras sin que éstas resuenen en el interior del cerebro. Así funciona el pensamiento, como una música hermética cuya clave a muchos les está vedada. La prosa antes fue verso; el verso antes fue canto; el canto antes fue grito. El grito partió de aquel gruñido o espasmo de la garganta mediante el cual cierta estirpe de simios trataba de imitar los sonidos que la naturaleza producía: el gorgoteo del agua, el chasquido de los cuerpos, el fragor de las fieras. Cada uno de aquellos gruñidos ahora se ha tr...

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Nadie puede pensar de un modo abstracto sin imaginar las palabras; nadie puede imaginar las palabras sin que éstas resuenen en el interior del cerebro. Así funciona el pensamiento, como una música hermética cuya clave a muchos les está vedada. La prosa antes fue verso; el verso antes fue canto; el canto antes fue grito. El grito partió de aquel gruñido o espasmo de la garganta mediante el cual cierta estirpe de simios trataba de imitar los sonidos que la naturaleza producía: el gorgoteo del agua, el chasquido de los cuerpos, el fragor de las fieras. Cada uno de aquellos gruñidos ahora se ha transforma do en una palabra dulce o pro funda, de igual forma que alguno de los salvajes mordiscos del primer hombre ha terminado siendo un beso. Con el tiempo la voz humana ha tomado infinitos matices y éstos se han adaptado a todas 1 , as variaciones posibles de los sueños, de las imágenes. Nadie puede pensar sin imaginar que piensa. Nadie puede imagi nar el pensamiento sin que los arquetipos suenen en el pentagrama del cerebro. Tener oído significa captar todavía en la profundidad de cada palabra lo que hay en ella de ritmo, de verso, de canto, de grito, de gruñido, de silencio. Este silencio insondable que precede al primer sonido de la naturaleza también se halla incluido en la estructura del verbo. Las cosas sólo existen cuando poseen un nombre y este nombre es inseparable de aquella voz que lo pronunció por primera vez hace un millón de años. Su eco aún perdura hoy en las páginas de un libro, en el combate del viento, en el interior del raciocinio. Todo es música: los ladridos del perro y la propia Novena sin fonía de Beethoven, el estruendo de los papagayos y el rumor de las confidencias. El oído es el pri mer órgano que el feto desarro lla. Por otra parte, al hombre las orejas le crecen hasta el día antes de la muerte y el oído es también el último sentido que pierde. De todas las melodías que existen en el universo prefiero la del pensa miento, música que unas veces es hermética y otras revelada so nando dentro del cerebro. Como la lógica.

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