CONFLICTO EN EL TRANSPORTE SUBTERRÁNEO

La odisea de Dolores

Dolores ha vuelto a olvidar el reloj en casa. En la parada del autobús que la lleva de Zarzaquemada a Madrid pregunta la hora. "Las siete y media, señora", le contesta un joven. A esa hora coge el autobús que, como siempre, va lleno. Apretada y estrujada siente cómo el autobús sortea el atasco y oye comentar entre el pasaje lo que ya sabe: "Hay huelga en el metro".Cuando llega al final del trayecto, en la estación de metro de Oporto, de la línea 5, ya sabe que va a llegar tarde. Dolores necesita estar a las nueve de la mañana en su lugar de trabajo. Es asistenta por horas y por ello ser...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Dolores ha vuelto a olvidar el reloj en casa. En la parada del autobús que la lleva de Zarzaquemada a Madrid pregunta la hora. "Las siete y media, señora", le contesta un joven. A esa hora coge el autobús que, como siempre, va lleno. Apretada y estrujada siente cómo el autobús sortea el atasco y oye comentar entre el pasaje lo que ya sabe: "Hay huelga en el metro".Cuando llega al final del trayecto, en la estación de metro de Oporto, de la línea 5, ya sabe que va a llegar tarde. Dolores necesita estar a las nueve de la mañana en su lugar de trabajo. Es asistenta por horas y por ello ser puntual resulta imprescindible.

Las discusiones en la estación de Oporto llevan ya un rato en marcha. "Lo que no hay es vergüenza", afirma un señor, que se dirige tanto a los empleados del metro como a los usuarios más jóvenes que saltan las vallas y se cuelan sin pagar.

Más información

Un ojo de la cara

A pesar de que no pasa ni un solo tren, la gente espera paciente en la estación. Unos leen el periódico sentados en las escaleras; otros comentan acaloradamente lo difícil que resulta a los habitantes del sur de la región llegar cada día a la ciudad. Cuatro amigas, hartas de esperar, deciden coger un taxi y pagarlo entre todas, "porque si lo paga una sola, con el atasco que debe de haber, cuesta un ojo de la cara y no es plan".

Dolores prefiere esperar el metro y no unirse a la comitiva del taxi. Son las ocho, según le han dicho, y aún confía en llegar a tiempo. No pasa un solo tren. Por los altavoces de la estación se anuncia que a las 8.30 se reiniciará el servicio.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

De buenas a primeras la gente empieza a levantarse. Un rumor mecánico llega desde el fondo del túnel. Dolores está a la cabecera de la estación, justo a la altura de la primera puerta del convoy. La puerta se abre y la avalancha humana se pone en marcha. La cabina del conductor está cerrada. "Mira, yo no tuve que hacer nada. La gente con las prisas me metió dentro del vagón y allí nos quedamos todos como sardinas arenques", comentaba más tarde Dolores, mientras quitaba el polvo en la casa donde trabaja, en la zona de Arturo Soria.

"¿Se va a bajar?". Hasta siete veces tuvo que hacer Dolores esta pregunta antes de acercarse a la puerta del vagón, cuando el tren llegaba ya a la avenida de América, donde suele hacer transbordo. Allí empalma con la línea 4 para llegar hasta la estación de avenida de la Paz. Afortunadamente los vagones van más vacíos. Cuando llega a su trabajo vuelve a preguntar la hora. "Son las nueve y media, Dolores". "Perdona que llegue tan tarde, ¿pero sabes lo que me ha pasado?". Y cuenta su odisea mientras el café empieza a salir.

Sobre la firma

Archivado En