Tribuna:

Una evolución positiva pero manifiestamente mejorable

Álvaro Espina rebate el artículo que Jordi Roca publicó en esta sección en contestación, a su vez, a otro del secretario general de Empleo. Espina concluye que, a pesar de las mejoras producidas en cuanto a la distribución de la renta funcional entre los asalariados, la situación actual no le satisface.

Cuando uno escribe, lo peor que puede hacer es fijarse como objetivo negar la evidencia. Jordi Roca Jusmet considera en su artículo de réplica que el objetivo de la serie de tres artículos que publiqué recientemente en esta misma sección consistía precisamente en negar el carácter desfav...

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Álvaro Espina rebate el artículo que Jordi Roca publicó en esta sección en contestación, a su vez, a otro del secretario general de Empleo. Espina concluye que, a pesar de las mejoras producidas en cuanto a la distribución de la renta funcional entre los asalariados, la situación actual no le satisface.

Cuando uno escribe, lo peor que puede hacer es fijarse como objetivo negar la evidencia. Jordi Roca Jusmet considera en su artículo de réplica que el objetivo de la serie de tres artículos que publiqué recientemente en esta misma sección consistía precisamente en negar el carácter desfavorable para los asalariados de la evolución reciente de la distribución funcional de la renta. Nada más lejos de mi intención,El descenso entre 1977 y 1985 de casi seis puntos en la proporción que representa la remuneración de los asalariados sobre el PIB y la estabilidad de la misma entre 1985 y 1989 están fuera de discusión. La caída de seis puntos se produjo en un período en que la tasa de salarización descendió en algo más de un punto, mientras que la estabilización coincide con la etapa de crecimiento del empleo del último cuatrienio, que elevó la tasa de salarización en cuatro puntos, hasta alcanzar el 72,5%. Frente a ello, entre 1964 y 1977, la participación de los asalariados había crecido en 9,25 puntos, al tiempo que la tasa de salarización aumentaba en casi 10 puntos. Ésos son los hechos. Estaban en su gráfico.

Quizá el aspecto más débil de la argumentación de Jordi Roca se encuentre en la explicación que da de la evolución de la participación salarial en el período 19701977. Para él, el aumento de siete puntos en la parte de los asalariados es fruto, pura y simplemente, del aumento del peso de éstos sobre el empleo global. Omite sin embargo señalar que en su gráfico la pendiente de la recta que une los puntos de 1970 y 1977 es del 108% y que, de prolongarla, nos encontraríamos con que los salarios absorberían la totalidad del PIB en un momento en que tan sólo el 89% de los empleos serían asalariados: si fueran el ciento por ciento, necesitaríamos un PIB que sumase el 110%.

Quizá esta anomalía y el hecho mismo de que el período de caída en vertical de la participación salarial en la renta coincida con la pérdida de 1,7 millones de empleos deberían haber hecho reflexionar al señor Roca Jusmet acerca del grado de desequilibrio que acumuló la economía española durante la última etapa del franquismo y los inicios de la transición política.

En contra de su opinión, yo pienso que debe utilizarse un indicador de la distribución del producto que no se vea afectado por las variaciones en la tasa de salarización, porque de otro modo las comparaciones intertemporales e internacionales resultan engañosas.

Pintando el mismo gráfico, pero sustituyendo la participación bruta de los asalariados por mi índice de distribución (que consiste en dividir esa participación por la tasa de salarización), a Jordi Roca le hubiera salido incluso una evolución más descendente, como la que refleja el gráfico 1. (El PIB con el que trabajo es a precios de mercado, para poder hacer comparaciones internacionales y para evitar contar dos veces ciertos impuestos cuando analizo la acción del Estado en la distribución; por eso la parte de las remuneraciones me sale más baja.)

De hecho, la disminución de la participación relativa de la remuneración de los asalariados en el producto, medida a través de ese indicador, es una pauta histórica de evolución ligada al proceso de desarrollo, y se debe al aumento de la productividad del trabajo. El indicador de distribución medio de los países de la OCDE se hallaba en 1985 en el 64%, que es precisamente el nivel en que se encuentra España actualmente. Indicadores superiores al 70% son propios de las etapas anteriores del desarrollo. En la CE sólo los superan Irlanda, Portugal y Grecia.

Remuneración

La relación entre el indicador y la productividad es fácil de establecer: índice de distribución = Remuneraciones / PIB: Asalariados Ocupados = Remuneraciones Asalariados: PIB. / Ocupados. Y el cociente entre remuneración por asalariado y productividad por ocupado equivale a los costes laborales por unidad producida, cuyo descenso es el principal índice del desarrollo económico.

En el gráfico 2 puede verse la relación entre remuneración por asalariado y productividad por ocupado en la CE, Estados Unidos y Japón. Esta relación es bastante estrecha, pues explica más de las tres cuartas partes de las variaciones en las remuneraciones de los diferentes países. Frente a la opinión de Roca Jusmet, el peso de las cotizaciones sociales no invalida el significado de la relación: Francia y Alemania tienen cotizaciones tan elevadas, o más que España. Pero para neutralizar el efecto de las diferencias podemos compararnos con la media de los países que constituían la CE en 1985. Como se ve en el gráfico 2, la posición de España, que estaba entonces por debajo, se encuentra actualmente en situación intermedia: una remuneración por asalariado de algo más de 14.000 dólares (a precios de 1980 y paridad de poder adquisitivo) y una productividad por ocupado en torno a los 22.500 dólares.

En cualquier caso, no crea el señor Roca que la situación actual me satisface. Ya señalé que es recomendable en el futuro -una vez alcanzado el equilibrio- distribuir todas las mejoras de productividad. Además, en la medida en que esta mayor distribución se lleva a cabo mediante sistemas que garanticen la reinversión de una parte, se irá rompiendo el maleficio que hacía suponer a Kalecki que los trabajadores consumen todo lo que ganan. Si parte de las ganancias laborales se reinvierten, la inversión dejará de depender en exclusiva de los beneficios, y podrá mantenerse un fuerte dinamismo del crecimiento y del empleo con beneficios más reducidos. Ése es uno de los objetivos que perseguimos los socialistas.

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