Tribuna:

Pantera

El sol, apenas amanecido, iluminó el desayuno de la pantera. En la llanura había hermosas criaturas que eran bien gratas al paladar: gacelas de color miel, gamuzas muy tiernas, corzas de lustrosa culata. Entre esa variedad de manjares, un joven antílope fue elegido con toda naturalidad para ser devorado, y Vivaldi pudo haber extraído un delicado fragmento musical describiendo esta breve cacería. La pantera trazó un ángulo agudo en el aire' sobre la extensión de los helechos, y esto produjo una estampida en los diversos rebaños, quedando en medio de la confusión la víctima aislada. Al instante,...

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El sol, apenas amanecido, iluminó el desayuno de la pantera. En la llanura había hermosas criaturas que eran bien gratas al paladar: gacelas de color miel, gamuzas muy tiernas, corzas de lustrosa culata. Entre esa variedad de manjares, un joven antílope fue elegido con toda naturalidad para ser devorado, y Vivaldi pudo haber extraído un delicado fragmento musical describiendo esta breve cacería. La pantera trazó un ángulo agudo en el aire' sobre la extensión de los helechos, y esto produjo una estampida en los diversos rebaños, quedando en medio de la confusión la víctima aislada. Al instante, se inició la persecución en aquella mañana de oro. La pantera y el antílope, que parecían retozar, lanzaron sus musculaturas por la llanura en una especie de vuelo rematado siempre por distintos quiebros llenos de armonía, pero el antílope sabía que iba a morir y corría con lágrimas en los ojos. Todo eso sucedía bajo el silencio de una alta y desconocida deidad que presidía el firmamento. La crueldad de la pantera generaba una gran belleza en sus movimientos; la elegancia del antílope se derivaba de su propio pánico. En esta llanura tan ancha como el mundo había otras criaturas -insectos, saurios, canes silvestres, monos y seres humanos- que también mataban y morían, pero ninguna de ellas ejercía ese rito ejecutando una danza tan pura. Mientras la pantera y el antílope cerraban con sus cuerpos unas ráfagas cada vez más ceñidas en tomo a la muerte, nadie hubiera podido negar que en la llanura cantaban los pájaros, se acariciaban otras fieras entre las flores y exhalaba el horizonte un vapor vegetal donde los íntimos matices celestes se expresaban. Hubo un momento en que el antílope aceptó el sacrificio. Dejó de correr y miró hacia arriba de forma indefinida y llorando, y pronto se sintió penetrado por el fulgor de la geometría. Con alta precisión una garra de la pantera halló su yugular, y así finalizó aquella representación. Todo eso sucedía bajo la sonrisa de una desconocida deidad cuyas sandalias estaban teñidas con la sangre de otros antílopes.

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