Cartas al director

El mismo rasero

En el siglo XVIII, los miembros de las familias reales eran poco menos que intocables, un símbolo de no se sabía muy bien qué de maravilloso y de mágico y qué se elevaba por encima de las cabezas de los mortales con un aura divina. Hoy las cosas son muy distintas y todos sabemos que un rey, un príncipe, una infanta, son en España iguales que el resto de los ciudadanos y así es como los muestran los medios de comunicación: las infantas han pasado por la Universidad como una más, y el Príncipe es otro estudiante más entre todos sus compañeros, sin distinciones ni privilegios. Pero mi experiencia...

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En el siglo XVIII, los miembros de las familias reales eran poco menos que intocables, un símbolo de no se sabía muy bien qué de maravilloso y de mágico y qué se elevaba por encima de las cabezas de los mortales con un aura divina. Hoy las cosas son muy distintas y todos sabemos que un rey, un príncipe, una infanta, son en España iguales que el resto de los ciudadanos y así es como los muestran los medios de comunicación: las infantas han pasado por la Universidad como una más, y el Príncipe es otro estudiante más entre todos sus compañeros, sin distinciones ni privilegios. Pero mi experiencia no es ésa. Yo, como la infanta Cristina y como muchos más de mis compañeros, soy licenciada en Ciencias Políticas, con la diferencia de que terminé mi carrera un año antes que ella; sin embargo, mientras ella recogió ayer su flamante título en una igualmente flamante ceremonia, el resto de los mortales guardaremos largas colas ante la ventanilla de la secretaría de alumnos para recoger nuestro título dentro de tres años. Y es que ellos son unos más entre tantos...-

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