Editorial:

El reto de Alan García

A UN solo año de las elecciones presidenciales, los comicios municipales peruanos del pasado domingo han comenzado a dibujar un nuevo mapa político, en el que emerge como nueva fuerza mayoritaria la coalición de centro-derecha Frente Democrático (Fredemo), que lidera el escritor Mario Vargas Llosa, candidato a la presidencia por la misma formación. Un primer dato significativo cabe destacar de estas elecciones: la impresionante afirmación de adhesión a la democracia que ha hecho la ciudadanía acudiendo en masa a los lugares de voto a pesar de la amenaza de los terroristas de Sendero Luminoso, ...

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A UN solo año de las elecciones presidenciales, los comicios municipales peruanos del pasado domingo han comenzado a dibujar un nuevo mapa político, en el que emerge como nueva fuerza mayoritaria la coalición de centro-derecha Frente Democrático (Fredemo), que lidera el escritor Mario Vargas Llosa, candidato a la presidencia por la misma formación. Un primer dato significativo cabe destacar de estas elecciones: la impresionante afirmación de adhesión a la democracia que ha hecho la ciudadanía acudiendo en masa a los lugares de voto a pesar de la amenaza de los terroristas de Sendero Luminoso, cuyas zonas de influencia se extienden ya hasta la propia capital. La gran participación constituye, sin duda, la primera derrota para la disparatada guerrilla peruana.El principal perdedor de estos comicios ha sido el presidente Alan García -y su partido, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA)-, el cual después de cinco años en la jefatura del Estado recoge, en forma de un vertiginoso descenso electoral, los frutos de los graves errores cometidos en este período. La cercanía de la elección presidencial confería a la consulta del domingo una fuerte carga política. Era cosa sabida que el APRA -que disfrutaba del poder por primera vez tras una accidentada historia de medio siglo- estaba de capa caída, pero las proporciones de su derrota han sorprendido: de un 50% de los votos populares, en medio de un enorme entusiasmo, que consiguió en 1985 ha descendido a un 10% y pierde casi todas las alcaldías de capitales provinciales que había conquistado.

En su etapa inicial, Alan García abandonó algunos de los más rancios postulados populistas del APRA y trató de ensayar una tercera vía, alejada del extremismo castrista y de la sumisión al gran vecino del Norte. Pero pronto cayó en un falso progresismo verbal, en utopías de gabinete, como la nacionalización de la banca -ideada sin tener en cuenta el marco económico en el que se desenvuelve Perú-, que aceleraron la ruina de la economía y provocaron un descenso angustioso del nivel de vida de amplios sectores de trabajadores que habían constituido su principal espacio electoral. De ahí que la decepción, la protesta contra el poder, fuera otro de los rasgos importantes de la votación del domingo.

Pero esa protesta no se ha plasmado en un traspaso de los votos apristas hacia Izquierda Unida. Esta coalición ha sufrido pérdidas en algunas regiones y en términos generales ha conservado su influencia, con un porcentaje global de votos en tomo al 20%. La escisión en su seno liderada por el popular ex alcalde de Lima Alfredo Barrantes, deseoso de diseñar una izquierda más flexible y menos ligada al doginatismo marxista, ha tenido escaso efecto. Izquierda Unida se consolida, a pesar de todo, como segunda fuerza política de Perú.

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La primera es indiscutiblemente Fredemo, que se ha situado en primer lugar en la mayor parte de las circunscripciones y ha conquistado la alcaldía en 12 de las 24 capitales de provincia. Su votación global supera el 30%, pero necesita seguir avanzando para poder triunfar en las presidenciales. No es tarea fácil. Es digno de mención el triunfo del independiente Bremont para la alcaldía de Lima: apoyándose en una televisión de su propiedad, ha superado ampliamente a todos sus contrincantes. Algo parecido ha ocurrido en Callao, lo que demuestra que el rechazo del aprismo puede tomar cauces imprevistos, y no necesariamente el de los partidos tradicionales. Para ganar en abril de 1990 será preciso que Vargas Llosa gane esas zonas de electorado independiente.

Al día siguiente de las elecciones, la barbarie de Sendero Luminoso atacando la red eléctrica y dejando a gran parte del país a oscuras recuerda las amenazas que pesan sobre el futuro del país. Alan García ha demostrado su incapacidad para hacerles frente. Durante su presidencia, las cosas han ido a peor. ¿Será capaz Vargas Llosa, si resultara elegido, de hacer frente a ese reto? Cabe desear que así sea; pero necesitará conquistar nuevos aliados y sustraerse a la hipoteca de la tradicional derecha peruana, cuyo egoísmo y estrechez mental están en el origen de la mayor parte de los males del país.

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