ACERCAMIENTO ESTE-OESTE

La voz de los demás

, El Grupo de Moscú no es un partido, no tiene líderes, carece de estructura, sus miembros se reúnen avisándose por el tam-tam del boca a oreja, en la Casa de los Científicos, donde una directiva liberal les presta el teatrillo del edificio. El historiador Yuri Afanasiev hace las veces de moderador, de agente de tráfico de las discusiones, pero solo eso. Alexander Obolenski es uno más de sus miembros, razonablemente callado, consistentemente modesto, audazmente dispuesto.

Obolenski no quiere ser un líder; al referirse a Afanasiev lo califica de "personalidad", pero añade con algú...

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, El Grupo de Moscú no es un partido, no tiene líderes, carece de estructura, sus miembros se reúnen avisándose por el tam-tam del boca a oreja, en la Casa de los Científicos, donde una directiva liberal les presta el teatrillo del edificio. El historiador Yuri Afanasiev hace las veces de moderador, de agente de tráfico de las discusiones, pero solo eso. Alexander Obolenski es uno más de sus miembros, razonablemente callado, consistentemente modesto, audazmente dispuesto.

Obolenski no quiere ser un líder; al referirse a Afanasiev lo califica de "personalidad", pero añade con algún matiz que "para que haya un líder éste debería además tener talento de organizador". Por eso, en vez de un programa, una gran visión, Obolenski es como el punto de intersección de numerosas negaciones; las que ha tenido que sufrir el pueblo soviético durante más de medio siglo. Como muchos de sus compatriotas, sabe lo que no quiere: la continuidad, mucho mejor que lo que pueda querer en términos estrictamente políticos; por eso, lo mas parecido que tiene a un programa es una lista de previsiones económicas que se resumen en una sola: el restablecimiento de la verdad del mercado. Esta palabra es como una contraseña, un eufemismo universal tras el que se esconde o se revela, la necesidad de eficacia, el deseo de democracia, el vislumbre apenas admitido de una libertad que vaya más allá del sistema. Pero en Obolenski, como en sus compañeros del Grupo de Moscú, se produce una omisión de la capacidad de extraer consecuencias mayores de ese abanico de necesidades. Si eso significa o no capitalismo, casi nadie se atreve a pensarlo con todas las letras.

Como el John Smith de aquella película de Hollywood, que iba a Washington para enfrentar a los políticos con los sentimientos del hombre de la calle, el ingeniero Obolenski es nadie y casi todos al mismo tiempo; una voz mucho más que una personalidad, que expresa un ansia por primera vez articulable en un foro oficial. Por eso es enormemente representativo que el hombre que quiso disputar a Gorbachov la elección presidencial haya sido Alexander Obolenski, el punto de encuentro de todos los anonimatos, la expresión de una situación colectiva, la voz de los demás.

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