Tribuna:

Europa

Anoche soñé que elegía mi candidato para Europa. Fue algo grande. Mi cuerpo flotaba, volaba. Mi mente parecía la zarza ardiendo, de puro conocimiento que irradiaba. Estaba por decirlo utilizando la jerga europea que ahora se mastica, armonizada. Es más, me hallaba dispuesta a implementar el zócalo sobre el que construiremos el edificio de nuestra integración. Lo tenía claro.Y luego sucedió lo de siempre. Desperté completamente amnésica. Envuelta en mi bata de diseño italiano, agarré la bandeja escandinava y me senté a disfrutar del desayuno, dándole vueltas al tema, mientras untaba con ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Anoche soñé que elegía mi candidato para Europa. Fue algo grande. Mi cuerpo flotaba, volaba. Mi mente parecía la zarza ardiendo, de puro conocimiento que irradiaba. Estaba por decirlo utilizando la jerga europea que ahora se mastica, armonizada. Es más, me hallaba dispuesta a implementar el zócalo sobre el que construiremos el edificio de nuestra integración. Lo tenía claro.Y luego sucedió lo de siempre. Desperté completamente amnésica. Envuelta en mi bata de diseño italiano, agarré la bandeja escandinava y me senté a disfrutar del desayuno, dándole vueltas al tema, mientras untaba con mantequilla holandesa el formidable pan de centeno alemán, y sorbía mi té Twinings, tan reconfortante en la taza de porcelana belga, a juego con el mantelito de encaje de Bruselas. Ni idea. Pero que ni puñetera idea.

Así las cosas, esperé a que unas cuantas inhalaciones de un exquisito cigarrillo inglés despejaran la incógnita y me devolvieran la tranquilidad de ciudadana bien votada que la noche me había deparado. Llegué decepcionada, y en blanco, a la hora de saborear un auténtico Martini ornado con aceituna rellena -esa gran aportación de nuestra cultura al aperitivo europeo-, y entonces pensé que quizá la prensa refrescaría mi memoria. Oh, confusión. La Europa de las regiones, la Europa de los pueblos, la Europa de las naciones, la Europa de los Estados, la Europa de los mercados.

Tras almorzar con salmón noruego y paté de hígado de oca alsaciana, eché una siesta. Mi asistenta me interrumpió bruscamente con el ruido del aspirador. Mi asistenta. ¿Qué era? ¿Marroquí? ¿Iraquí? ¿Chilena? ¿Guineana? Con un suspiro de alivio, recordé qué Europa es la que quiero votar: aquella que va a librarme de los miserables de la tierra, de los que llegan a nosotros empujados por sus hambres.

La Europa en donde me sentiré a salvo con mis prendas Gucci y con mis patés.

Archivado En