Editorial:

Harakiri político

EL PRIMER ministro japonés, Noboru Takeshita, no ha podido resistir finalmente las presiones que se han ejercido sobre él para que dimitiese, una vez que reconoció hace unos días que había recibido considerables sumas de Recruit, la empresa de comunicaciones cuyas operaciones de soborno de la clase política constituyen el mayor escándalo público japonés desde la II Guerra Mundial. Diez meses lleva Japón pendiente -con la interrupción por la muerte del emperador Hirohito- de la trama de Recruit, cuyos hilos han ido saliendo poco a poco a la superficie. Tres ministros tuvieron que dimitir, la im...

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EL PRIMER ministro japonés, Noboru Takeshita, no ha podido resistir finalmente las presiones que se han ejercido sobre él para que dimitiese, una vez que reconoció hace unos días que había recibido considerables sumas de Recruit, la empresa de comunicaciones cuyas operaciones de soborno de la clase política constituyen el mayor escándalo público japonés desde la II Guerra Mundial. Diez meses lleva Japón pendiente -con la interrupción por la muerte del emperador Hirohito- de la trama de Recruit, cuyos hilos han ido saliendo poco a poco a la superficie. Tres ministros tuvieron que dimitir, la implicación del ex primer ministro Nakasone impactó al Parlamento, hubo detenciones de altos cargos... hasta que, a finales de marzo, aparecieron datos que acusaban directamente a Takeshita.El jefe del Gobierno ha dimitido en última instancia para intentar salvar al Partido Liberal Demócrata (PLD), que gobierna Japón sin interrupción desde hace 40 años. Su popularidad había caído de manera vertiginosa: de un 59% de opiniones favorables en los sondeos del verano pasado a un 3% a principios de abril. Esta inapelable y casi unánime condena de la opinión pública ha sido un factor esencial de su dimisión, pero no el único. Es tal el entrelazamiento entre el mundo de los negocios y la política en Japón que no es exagerado decir que la dimisión de Takeshita se hizo inevitable sobre todo cuando las grandes corporaciones financieras juzgaron que su mantenimiento podía ser peligroso para sus intereses. La reacción de la bolsa -una fuerte subida al conocerse la dimisión- es elocuente. Y asimismo la declaración del presidente de la confederación patronal, Eishiro Sato, llamando a que se depure la vida política para que los conservadores puedan seguir gobernando.

¿Qué va a ocurrir ahora? Takeshita ha dicho que su dimisión será efectiva una vez aprobados los presupuestos en el Parlamento. Ello significa que se entra en un período de transición que puede complicarse, ya que, aunque el PLD tiene mayoría, existe en Japón una tradición según la cual los presupuestos se votan por consenso. Hasta ahora, la oposición se ha negado a discutirlos si no tiene lugar previamente un debate a fondo sobre el caso Recruit. ¿Cambiará de actitud ahora, tras el anuncio de la dimisión de Takeshita? El partido socialista, el más fuerte de la oposición, quiere aprovechar la actual coyuntura para provocar elecciones anticipadas, que podrían costar a los conservadores un serio descenso. Pero ni los mecanismos constitucionales facilitan tal operación, ni los socialistas parecen disponer hoy de un peso político suficiente para imponer una medida de ese género.

Por tanto, todo indica que la crisis va a resolverse en el marco del partido hegemónico. Pero esta vez, a diferencia de otros casos, no es sólo la culpabilidad de una persona la que está en juego. El número de implicados en la trama de Recruit demuestra que es el sistema -tan arraigado en Japón- del kinken-seiji, de la política-dinero, el que está sobre el tapete. Con gigantescas sumas, entregadas sobre todo por las grandes corporaciones, los barones del PLD sostienen sus respectivos clanes de diputados y cuadros políticos. Éstos reciben así cantidades muy superiores a sus retribuciones legales y reparten, a la vez, sumas entre sus agentes en los distritos electorales, incluso entre los electores. Es una práctica ¡legal, pero admitida. A la corrupción pura -recibir dinero en provecho propio- se agrega un sistema de clientelismo que sostiene al PLD en el poder.

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En los últimos tiempos han surgido entre elementos jóvenes del propio partido en el Gobierno corrientes renovadoras que desean poner fin a unos hábitos cada vez más insostenibles, sobre todo cuando en la opinión pública crece la demanda de un mínimo sentido ético en la vida política. Pero esas tendencias son débiles en la derecha japonesa. El hecho de que el PLD haya anunciado como futuro primer ministro la candidatura de Ito, un veterano de 76 años no implicado personalmente en ningún escándalo pero integrante del clan de Miyazawa -metido hasta el cuello en el caso Recruit-, no es un anuncio de renovación.

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