Tribuna:

El sermón

La opinión anda dividida después del discurso pronunciado por el ministro Semprún ante sus señorías. Hay quien aplaude su enfrentamiento con la ictericia moral de este país y hay quien le reprocha que hable tanto de la ictericia, cuando la verdadera enfermedad es la pelagra. Pero todos coinciden en que el señor ministro pronunció un sermón, es decir, habló con voluntad de inculcar determinados principios, desde la autoridad moral de su currículo y su status actual.Obsérvese que en cierto sentido Semprún actúa como conciencia externa, situada más allá y sin duda por encima de la c...

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La opinión anda dividida después del discurso pronunciado por el ministro Semprún ante sus señorías. Hay quien aplaude su enfrentamiento con la ictericia moral de este país y hay quien le reprocha que hable tanto de la ictericia, cuando la verdadera enfermedad es la pelagra. Pero todos coinciden en que el señor ministro pronunció un sermón, es decir, habló con voluntad de inculcar determinados principios, desde la autoridad moral de su currículo y su status actual.Obsérvese que en cierto sentido Semprún actúa como conciencia externa, situada más allá y sin duda por encima de la conciencia establecida, con voluntad de modificarla. Ése ha sido el papel de las vanguardias a lo largo de la historia, las encabezara Espartaco, Galileo, Saint Simon, Marx, Lenin, Juan Pablo II o Vargas Llosa. últimamente estaba muy desacredítado actuar como conciencia externa, bajo la sospecha de mesianismo y de querer comer el coco al personal desde estaturas privilegiadas. A veces se ha desacreditado esta función mientras se ejercía y hay que ver la cantidad de mesianismo que le han echado los neoliberales al descrédito del mesianismo.

Si todos, pensáramos como Txiqui Benegas la historia se habría terminado e incluso podría desaparecer como asignatura. Menos mal que Semprún recupera la musculatura de los mejores atletas históricos y forcejea contra lo establecido. Estemos o no de acuerdo con el contenido, el continente ya como grupo escultórico merece atención y valoración. No ha muerto no, la cultura del intervencionismo intelectual en lo histórico. Mientras haya división del trabajo, los intelectuales son poseedores del lenguaje y contraen una responsabilidad social por ello, una responsabilidad fatalmente intervencionista. He aquí una vieja evidencia escamoteada, en los últimos lustros de vana hegemonía liberal, vana e hipócrita. La antigua cultura del intervencionismo de ruptura se encarria en España en dos sermoneadores que vienen de la misma aunque lejana o alejada raíz. Se llaman Julio Anguita y Jorge Semprún. Cada cual según su estilo.

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