Crítica:

Ni es cine ni es literatura

La película es cálida, colorista , misteriosa, aburrida. Inicia una prevención, sin duda unos prejuicios, contra lo que ha de venir en esta serie: hay una literatura que no tiene buena traducción cinematográfica. La de García Márquez permanece en esa especificidad de su género: la escritura, la palabra, el ambiente mágico entre el que escribe y el que lee. Prejuicios también contra el sistema: el di rector se sabe elegido entre seis para traducir a cine-televisión uno de otros tantos cuentos de García Márquez: tiene que quedar suficiente García Márquez en la película como para justificar su co...

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La película es cálida, colorista , misteriosa, aburrida. Inicia una prevención, sin duda unos prejuicios, contra lo que ha de venir en esta serie: hay una literatura que no tiene buena traducción cinematográfica. La de García Márquez permanece en esa especificidad de su género: la escritura, la palabra, el ambiente mágico entre el que escribe y el que lee. Prejuicios también contra el sistema: el di rector se sabe elegido entre seis para traducir a cine-televisión uno de otros tantos cuentos de García Márquez: tiene que quedar suficiente García Márquez en la película como para justificar su comercialidad y su homenaje, pero tiene también que hacerse notar entre los otros con los que se van a establecer comparaciones.El director Ruy Guerra se encuentra con un cacique brasileño, Orestes, que es rico, fulminante con las mujeres, don juanesco, pero que un día cae profundamente enamorado, y va hasta la tragedia en busca de ese amor. En todo ello sólo es nuevo el verbo de García Márquez, su creación femenina de la mujer de las palomas, el ambiente del pueblo pobre y aplastado, metida su pobreza a la fuerza para producir la riqueza del aguardiente (la cachaza). A Ruy Guerra, el cacique le sale profundamente grotesco. No está su altivez, su facha de demonio cabalgando entre las gentes con la capa flotante, no están sus ojos de codicia; es sólo un pobre hombre rico, aniñado por su madre, pequeño y ridículo.

Fantoches

Sólo se dignifica cuando le llega el amor y el rechazo, y luego la correspondencia; dificil de imaginar entre la mulata llamativa y adentrada en sí misma y sus palomas y el fantoche tonto que le ha salido al director. El fantoche tiene un actor por dentro que es Ney Latorraca, y en las escenas de amor se vuelve humano, y la actriz -Claudia Ohana- tiene su cuerpo, y se deja desnudar, iluminar y fotografiar, y entonces es cuando el calor llega a la pantalla fría.También hay hojarasca, y barro y lluvia, y palomas, y esclavos huidos, y noche y agua bella; pero no hay personajes y al no haberlos, no hay destino, no hay conducción hacia la tragedia, como la hay en el cuento de García Márquez, aunque él mismo haya colaborado en el guión de la película. La madre que moldea al cacique Orestes y le aniña, que le hace sentir dentro de su satanismo la necesidad de la liberación por otra mujer, no pasa a la película; no pasa tampoco el marido que mata, sin verdadero bulto humano, y el desenlace es una escena fugacisíma perdida entre los claroscuros que todo el tiempo han estado trabajando en favor del misterio; la escritura trabaja de otra manera más limpia y más desesperada.

Para la mayoría de los espectadores, la historia habrá pasado prácticamente inadvertida o incomprensible, y muchos pueden no haber llegado al final, atraídos por el sueño que aumenta con la hora relativamente tardía de la programación. Aunque algunos cinéfilos hayan encontrado a veces la garra de Ruy Guerra. La pantalla de televisión tampoco permite apreciar demasiado el valor cinematográfico. El doblaje, en un castellano de Castilla duro -normal-, es también un enemigo de la necesaria sofocación morbosa del relato y de la película: trabaja contra sus personajes.

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