Tribuna:VIAJEROS DE VERANOTRES MUNDOS TRES / 2

'Et in Arcadia'

Mientras trataban de limpiarme los zapatos vino un policía al hotel de Río donde me alojaba a explicar lo inexplicable: aunque ellos conocían a los asaltantes [de los que les hablé ayer] no los podían detener porque eran menores. Nadie menor de 18 años irá jamás a la cárcel en Brasil. Es para su protección, ¿comprende?. No, no comprendía, no podía comprender. He aquí una ley para salvar a los menores de la cárcel que no los salvaba del crimen. Había visto a uno de los niños asaltantes dar dinero a un adulto y desde la ventana de mi cuarto parecía que recibía instrucciones precisas. El policía,...

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Mientras trataban de limpiarme los zapatos vino un policía al hotel de Río donde me alojaba a explicar lo inexplicable: aunque ellos conocían a los asaltantes [de los que les hablé ayer] no los podían detener porque eran menores. Nadie menor de 18 años irá jamás a la cárcel en Brasil. Es para su protección, ¿comprende?. No, no comprendía, no podía comprender. He aquí una ley para salvar a los menores de la cárcel que no los salvaba del crimen. Había visto a uno de los niños asaltantes dar dinero a un adulto y desde la ventana de mi cuarto parecía que recibía instrucciones precisas. El policía, hablando un carioca cerrado, hizo como que no entendía mi argumento. No comprendo. Yo tampoco. Se fueron. Luego empezó a llover denuevo. Llovió todo el día y comprendí entonces el significado de las torres, de las altas pirámides de concreto y de las estructuras celestes.En la esquina estaba el hotel Copacabana Palace, donde había estado yo hospedado en 1959, junto con Fidel Castro y otros más. El hotel seguía viéndose tan espléndido como cuando la RKO Radio Pictures lo tomó como modelo del gran hotel de Volando hacia Río de Janeiro. Pero en el horizonte se podían ver las nuevas torres como una arquitectura de promisión. Llegando a ellas, apenas discernibles sus cumbres por el smog ahora, Río no se parecía a New York (que los cariocas llaman Nueva Yorque) sino que se veía que la arquitectura ocultaba otra ciudad. ¿Cuál era?. No Londres seguramente, donde la niebla no existía más que en los cuentos de Sherlock Holmes y en los cuadros de Whistler y Monet. Era, sin duda, Los Angeles. Los Angeles y Río, ciudades mágicas, son ahora, debido al smog, ciudades smógicas, ex mágicas. Río es después de París la ciudad más celebrada en letras de canciones y en poemas. Pero ahora en vez de música de samba cae una lluvia constante sobre las altas torres y sobre lagente, que se ven como en una pecera turbia. No dejará de llover en todo el tiempo que estemos en la ciudad. Pero por la lluvia, entre la lluvia, he hecho un descubrimiento desesperado.

Río en 1988 y no Los Angeles en 2020 es la ciudad en que sólo el Blade Runner se salva. Es decir sobrevive, No por gusto el libro español más vendido en la Bienal del Libro de Sao Paulo fue Blade Runner, comentarios publicados por la editorial Tusquets de BarcelonaVicente Molina y Fernando Savater al mirar Blade Runner habían visto a Río a través del espejo oscuro de la lluvia. Stefan Zweig dijo en 1939 que Brasil era el país del futuro. Tal vez se refiriera sólo a Río, donde el futuro ya está aquí.

¡Oh Bahía!

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En Los tres caballeros, un largometraje de Walt Disney de 1945, que seguía el ideal rusveltiano de Saludos, amigos, de los tres ani males fabulosos (protagonistas de una fábula), uno era un loro del trópico que invariablemente pre guntaba a todo el que encontraba "Vocé ja foi a Baia?". El loro, Joe Carioca, aunque carioca, estaba más interesado en Bahía que en Río de Janeiro. Con su sombrero de paja dura, su pico de oro y su gracejo, Joe Carioca era repetitivo: "¿Ya ha estado usted en Bahía?". Los loros son contagiosos, y Bahía era una tierra, tierra y agua mejor, de promisión. En el cartón animado se veía Bahía. Había una playa plácida, arena fina y Pilar, que salía a estrenar sus zapaticos de playa. Se veían unas yolas entre las olas, veleros blancos, y se oía una samba pegajosa como el calor de la ciudad blanca entre el mar y la selva de lluvia, que los bahianos llaman mimosa. "Oh Bahía,/ Bahía que canto con mis besos / en mil versos".

Que es lo que recuerdo de la versión española, sólo disuelta por la frase del loro de oro: "Vocé ja foi a Baia?". Siempre, desde entonces, embrujo de una música melodiosa y un acento entre cómico y cariñoso, carioca, quise ir a Bahía.

Pero Bahía no es Bahía. Bahía se llama Salvador, aunque todo el mundo la Rama Bahía. El nombre propio de la ciudad es Sáo Salvador da Bahía de Todos os Santos Pero imagínense a Joe Carioca preguntando: "Vocé ja foi a Sáo Salvador da Baia de Todos os Santos?" y verán por qué, aunque algunos llaman a Bahía Salvador, otros la llaman Baia en Bahía Yo, por supuesto, nunca la llamé otra cosa que Bahía, como en Oh Bahía, título que es una frase homérica.

En el aeropuerto, que afortunadamente no ha sido diseñado por óscar Niemeyer, el único ar quitecto vivo que tiene una calle a su nombre en Río, me espera un señorjocoso que me llama o rei de la brincadeira; es decir, rey de las bromas.

Se llama Lewis Carroll. ¿Habré oído bien? No, se llama Luis Carlos, pero en su pronunciación bahiana oí el nombre del clérigo de Oxford, que amaba a las niñas, la fotografía y fotografiar niñas. En ese desorden. Luis Carlos debe de llamarse así por Luis Carlos Prestes, el líder comunista que inició la gran marcha de Brasil, en imitación de Mao, y que debió leer La vorágine, de José Eustasio Rivera, que termina con una fase premonitoria y ejemplar: "Y se lo tragó la selva".

Luis Carlos es un buen bahíano y mejor chófer, y como buen brasileño, es sentimental y dado a usar palabras, como premonitorio, para indicar a un policía de tránsito semioculto en la selva. En Bahía, la vegetación es no sólo tropical, sino, como el calor, de la zona tórrida. Pasa de largo un camión que sé que es de la recogida de basura, y no una carroza del carnaval, sólo cuando Luis Carlos dice "Lixo". Es un camión rojo, lleno en la parte trasera de negros de rojo: del calzón corto a la gorra, todos rojos.

El Atlántico bate las interminables playas de Bahía tan incesante como en San Juan de Puerto Rico. Si el hotel es ruídoso en la noche, ese ruido es el mar. No hay otro sonido igual de isócrono en la naturaleza. El mar es la mejor droga para dormir. A menos, por supuesto, que se padezca de insomnio.

Bahía es unafesta. En la mañana, ahí al lado, donde queda la Praga de la Independencia, hay un gran alboroto de una banda escolar (10 trompetas, 30 tambores y un rataplán) que convierte, como las bandas del sur americano, una marcha marcial en un staccato sincopado que puede devenir en cualquier momento en una samba sin freno. La escola se convierte en escolha o la escogida cuando leo que se llama Sartre. ¡Qué buen fin para un filósofo! Convertido en un ruido de tambores.

Hay otra imagen que aparece en Bahía en todas partes: en la playa y en lo alto hasta llegar al sestao. Es la imagen de una mujer, una muñeca más bien, con cara negra y cuerpo blanco, que ternúna en una cola de escairnas. La llaman la sereia, la sirena, que es algo Venus y bastante diosa afro, y su nombre es Jemanjá, que es la imagen Yoruba de las aguas. La sirena se viste de blanco, pero su cola de pez es negra como la pez.

Esplendor colonial

Bahía fue la capital de Brasil hasta 1763, cuando se trasladó a Río. Todavía me resisto a llamar a esta bella ciudad junto al mar por el sobado Salvador. "Vocé ja foi a Salvador?", usualmente pronunciado Savadó. Los baianos quieren que Bahía se parezca a La Habana. Pero más se parece a Santiago, que, como Bahía, fue una vez la capital de Cuba. En Bahía, como en La Habana, queda el rastro del esplendor colonial. Como en Santiago, las residencias fueron construidas en las ladeiras y la ciudad vieja está en la cidade baixa, en los bajos. Aquí quedan espléndidos restos de arquitectura barroca, la lujosa variante portuguesa hecha rococó como respuesta a la vegetación lujuriante. Su mayor esplendor lo alcanzó en la iglesia de San Francisco de Asís, verdadera joya del rococó americano con su altar mayor todo cubierto de hojas de oro. La restauración de la iglesia corre parejas con la restauración de casas y palacios en las calles adyacentes. Culminante en las restauraciones aparece una casona toda azul que tiene en la facha da el destacado título de Fundaçáo Jorge amado. No muy lejos, sin embargo, está la vieja casa del poeta Castro Alves, que se viene abajo, clausurada.

Las calles aledañas bullen de gente negra y Bahía se revela como una ciudad africana. Aparecen las mujeres de Bahía, altas, espigadas y sin caderas, que son como la marca de fábrica femenina de la ciudad. En Bahía se vive, como en todo trópico, día a día. La vida no parece tener historia, sólo geografía. Aquí se vive en el clima, que es tropical, sensual, cordial. En el hotel, en el mezzanine, hay una convención de mujeres. Subo, subimos y nos encontramos con un coro que en estrofa y antiestrofa alaba a Stanley: "Vocé veni con Stanley, / vocé vencí con Stanley!".

El salao lleno de mujeres, to das negras, que mueven unas ma rugas blancas mientras cantan a Stanley. ¿Quién es Stanley? ¿Un explorador, el hombre que dijo, discreto: "El doctor Livingstone, supongo"? ¿Un misionero mor món? Nada de eso. Es una marca de fábrica: Stanley son los productos para desrizar el pelo afro que tan buen resultado les dieron a Diana Ross y a Michael Jackson, pero no a Jesse Jackson. Stanley, que alisa lo que Dios dio rizado. Como todo en Bahía, la campaña de venta se acompaña con música. Festa, festa, pero ¿por qué tanta fiesta? "Y eso", me dice una coordinadora cultural del municipio, "que ha llegado usted temprano. Después del 15 de diciembre, todos los días hay música, mujeres y macumba".

Viniendo de la laguna de Abaite oírnos música. No había oído música en Brasil, quiero decir música brasileña viva, la que tanto sonó en mis oídos y en mi memoria la otra vez. Ahora, me dicen, el merengue, tan viejo, tan mediocre, arrebata y ya llega (¡casi se oyen los clarines!) la reggae. ¿Dónde está esa samba que sona ba en la Praga de Apoteose con la insistencia de que Praca Onze nâo morreu, que la samba no murió? Ahora, la música se oía más cerca, y de pronto, Luis Carlos frenó frente a un establecimiento cerra do por reparación, donde una pe queña orquesta típica y dos o tres mujeres populares organizaban una escola de samba para seis. Tocaban timbao, maracás, algogós y un par de panderos. Un herimbao se quejaba de tanto ritmo agolpado. El todo era de una belleza simple y alegre, y la resonancia rítini ca era tan poderosa como siempre había sido en Brasil desde que la Maxixa se fundió con el tango para invadir París, Europa, el mundo. Fue el momento más feliz del viaje, y si me preguntaban si fui a Bahía podía decir sí, por cierto, y recordar cantando Oh Bahía, es la tierra más hermosa mi Bahía.

De despedida, Luis Carlos, misterioso (o mejor sería decir discreto), nos obsequia unas cintas irisadas que son para atarse a la muñeca en recuerdo de Bahía y para la buena suerte. "Saudade", pronuncia esa misteriosa palabra portuguesa, gallega, brasileña, en que el recuerdo es echar de menos y sentir que la nostalgia es un esta do del alma. No hacía falta. No hace falta que nos haga recordar Bahía. No la olvidaremos. Nosotros ya hemos estado en Bahía. Et in Arcadia.

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