Tribuna:

P. I. B.

Ochenta millones de preservativos adquirieron los españoles desde marzo del 87 a marzo de este 88, según datos facilitados por un caballero que se llama José Torres Ibáñez y que trabaja en algo tan tremendo, a priori, como la Asociación Española de Normalización. La cifra es espectacular.Si cayéramos en la ingenuidad de creer que cada uno de esos condones ha servido para un solo polvo, nos encontraríamos con la bonita y redonda cifra de 80 millones de desahogos realizados en el último año, lo que incrementaría nuestro P.I.B. (Polvo Interior Brutal) en ni se sabe. Pero profundicemos. Un país co...

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Ochenta millones de preservativos adquirieron los españoles desde marzo del 87 a marzo de este 88, según datos facilitados por un caballero que se llama José Torres Ibáñez y que trabaja en algo tan tremendo, a priori, como la Asociación Española de Normalización. La cifra es espectacular.Si cayéramos en la ingenuidad de creer que cada uno de esos condones ha servido para un solo polvo, nos encontraríamos con la bonita y redonda cifra de 80 millones de desahogos realizados en el último año, lo que incrementaría nuestro P.I.B. (Polvo Interior Brutal) en ni se sabe. Pero profundicemos. Un país como éste, que se pasó tres años en guerra utilizando casquillos antiaéreos hallados entre los escombros, a modo de anticonceptivos; un país que, amén de practicar la marcha atrás durante una larga posguerra, supo confeccionar diafragmas de hormigón que lo mismo servían para aletargar espermatozoides que para batir el pelargón de los nenes; un país, en suma, dado al ahorro y a la estratagema, inclinado a la imaginación... Un país así no puede malgastar 80 millones de preservativos en sólo 80 millones de polvos. Aquí hay gato encerrado.

Para empezar, un polvo nunca es un polvo, sino dos. Está la opinión del polvoreador, y está la opinión del polvoreado, que casi nunca suelen coincidir. Para uno, el asunto puede haber consistido en la travesía del desierto de Lawrence de Arabia, con yunque del sol incluído, y, para el otro, un simple break para tomarse unos peanuts debajo de un ficus de plástico. A algunos, en un polvo se les va la vida; mientras otros apenas añaden un poco más de glóbulos rojos a su colección de sangre ajena.

O sea, que ya estamos en 160 millones de polvos, aplicados estrictus sensus, como le gusta decir a Felipe últimamente, a la cosa del preservativo clásico. Y, aunque una amiga quiere amargarme la vida resaltándome que muchos de esos globitos deben de estar todavía reposando tiernamente en un bolsillo, en espera de una oportunidad, no podemos echar en saco roto la idea de que muchos los lavan, les hacen la prueba de la gotita de agua y los usan tanto como pueden.

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