ACCIDENTE EN GUADARRAMA

El don de la palabra

Santiago Amón nació en Baracaldo (Vizcaya), hace 61 años, pero raramente se le tomaba por un vasco. Siempre se le consideró de la estirpe de los viejos castellanos norteños, vinculado a ciudades como Palencia y Aguilar de Campoo. Y era allí, a esta última, adonde iba cuando ocurrió el accidente que acabó con su vida.Estaba casado. Tenía cinco hijos. Estudió Filosofía en Valladolid. Pasó por un seminario, y allí se despertó su interés por temas políticos y sociales, que años después le llevaron a las filas del Partido Comunista. Tras años de militancia en la clandestinidad, fue expulsado de est...

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Santiago Amón nació en Baracaldo (Vizcaya), hace 61 años, pero raramente se le tomaba por un vasco. Siempre se le consideró de la estirpe de los viejos castellanos norteños, vinculado a ciudades como Palencia y Aguilar de Campoo. Y era allí, a esta última, adonde iba cuando ocurrió el accidente que acabó con su vida.Estaba casado. Tenía cinco hijos. Estudió Filosofía en Valladolid. Pasó por un seminario, y allí se despertó su interés por temas políticos y sociales, que años después le llevaron a las filas del Partido Comunista. Tras años de militancia en la clandestinidad, fue expulsado de este partido en 1960, acusado de indisciplina, lo que, aplicado a Amón, no deja de tener un sesgo irónico, pues la indisciplina era un rasgo consustancial a su naturaleza, e incluso, paradójicamente, una consecuencia de su disciplina intelectual.

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Trabajó en diversos medios de comunicación, entre ellos EL PAÍS, y hasta hace tres días su voz grave y su palabra precisa, saltaba a diario desde las ondas de la emisora Antena 3, donde además de crítico fue contertulio en programas como Viva la gente y Hora cero. Entre sus libros están Picasso, Giotto y Tiempo de infancia. Apasionado por la generación del 27, escribió La pintura en la poesía de Alberti, La pintura en la poesía de Lorca y La poesía en la pintura de Picasso. Enseñó Amón latín y griego en colegios madrileños, y su dominio de las lenguas madres de nuestra cultura se destilaba sutilmente entre las líneas de sus trabajos, en aquel lado de su formación humanista que hacía de él un hombre archidotado para el arte de la retórica, considerada ésta en el sentido más noble del término.

Cuando se aludía a sus trabajos era frecuente oír junto a su nombre el añadido de "crítico de arte". Pero Amón no era una persona cuyos conocimientos se pudieran embutir en una sóla especialidad. Poseía una tan vasta cultura, que no había manera de encerrarla en el enunciado de especialización alguna, por afinada que ésta fuera. Era experto en arte, como lo era en literatura, en historia, en poesía, en tauromaquia o en baloncesto.

Su verdadera, su gran especialidad era una generalidad, tal vez la mayor de las generalidades que cabe en los límites de un hombre dedicado a la cultura: la especialidad de la palabra y, en concreto, de la palabra hablada, que hacía de él un conversador ingénito, desbordante, genial incluso.

Era por ello imposible desgajar en Amón su cultura de su verbo, su capacidad para argumentar de su voz, su gusto por la verdad de su gesto. Con él ha muerto una forma irrepetible de extraer de nuestro idioma los sonidos, unas veces de piedra y otras de nube, de la inteligencia.

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