Tribuna:

Licantropía

No hay mal que por bien no venga. El informe de la comisión de tráfico de influencias no ha servido para destapar y castigar chanchullos, pero sí, en cambio, para que nuestros simpáticos amigos de la política y las finanzas ocupen al fin el lugar que la semántica les exige. La legitimación por las Cortes del lobby o grupo de presión al estilo yanqui, tal como lo vemos en las películas -la última, Sospechoso, aunque es obvio que los autóctonos no tienen los abdominales de Dennis Quaid-, nos sitúa de golpe y porrazo en la cúspide de la modernidad. Aunque llevábamos tiempo me...

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No hay mal que por bien no venga. El informe de la comisión de tráfico de influencias no ha servido para destapar y castigar chanchullos, pero sí, en cambio, para que nuestros simpáticos amigos de la política y las finanzas ocupen al fin el lugar que la semántica les exige. La legitimación por las Cortes del lobby o grupo de presión al estilo yanqui, tal como lo vemos en las películas -la última, Sospechoso, aunque es obvio que los autóctonos no tienen los abdominales de Dennis Quaid-, nos sitúa de golpe y porrazo en la cúspide de la modernidad. Aunque llevábamos tiempo merodeando por las alturas.Esto del lobby tiene su encanto, empezando por la introducción de la denominación yanqui, convenientemente españolizada, en los libros de estilo de los medios informativos, lo que no tardará en ocurrir. Vamos a ver: un lobby puede convertirse en un lobeo, un lobeteo, un lóbogreo o un lobo a secas. Un lobby pequeño puede ser un lobito, y un lobby poderoso y grandón, un lobazo, un lobón o, simplemente, un lobo feroz. Uno que se dedique a eso será un loberal, pues se supone que a sus cualidades para presionar en la cosa pública unirá ese talante amplio y tolerante para llenarse el bolsillo que caracteriza a los adalides de la libre empresa. Y uno que se deje presionar será, desde luego y para siempre, un lobotómico. Sólo en caso de dirimirse las influencias en el campo nuclear se le podrá llamar lobo atómico. La Iglesia se convertirá en un lóbemaría, y en cuanto a los sindicatos, se reafirmarán en su condición de lobeo y no lo creo.

Cuando el lobby sea de tipo militar -por ejemplo ese grupo de altos mandos que presionan al Gobierno para que conceda la libertad provisional a los golpistas del 23-F- se le podrá definir con toda tranquilidad como un lobestory, pues será al menos la mitad de un idilio entre gobernantes y uniformados que dura desde hace mucho tiempo y acaba siempre con la ofrenda de Caperucita a la hora de la merienda.

¿A que no saben para qué son esos colmillos tan grandes que tienen? Para comernos mejorrrrr.

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