Tribuna:

La apoteosis del mareo

El letrado de la defensa Rodríguez Menéndez se mostró ayer, dicho sea con todos los respetos, como un chinche. Cierto es que el hombre anda aguantando últimamente días muy duros, primero con Pueyo, que le salió tan respondón, y luego con el abrumador informe de la Guardia Civil sobre la falsedad de las firmas de Corella. Precisamente ayer le tocaba a Menéndez el interrogar a los peritos. Dedicó a ello, para nuestra aniquilación, toda la mañana. Fue un espectáculo exquisito.Ante el meticuloso informe grafológico, Menendez echó el resto, descargando toda su batería de recursos y los obuses de su...

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El letrado de la defensa Rodríguez Menéndez se mostró ayer, dicho sea con todos los respetos, como un chinche. Cierto es que el hombre anda aguantando últimamente días muy duros, primero con Pueyo, que le salió tan respondón, y luego con el abrumador informe de la Guardia Civil sobre la falsedad de las firmas de Corella. Precisamente ayer le tocaba a Menéndez el interrogar a los peritos. Dedicó a ello, para nuestra aniquilación, toda la mañana. Fue un espectáculo exquisito.Ante el meticuloso informe grafológico, Menendez echó el resto, descargando toda su batería de recursos y los obuses de sus trucos más perfectos, con acompañamiento de timbales, castillo de fuegos y traca final atronadora. Posee este defensor una agilidad especial para embarullar al oponente, para retorcer significados y convertir el asunto más simple en un gran cisco. Una de sus habilidades más notorias consiste en añadir astutos estrambotes a las respuestas del testigo. "Yo no lo recuerdo así", contestaba el grafólogo, y entonces Rodríguez Menéndez añadía: "Ah, no lo recuerda", atribuyendo de este modo al perito una desmemoria inexistente. Y el presidente de la sala se sulfuraba: "¡No apostille, señor letrado!". Así toda la mañana, hora tras hora.

Hay que reconocer que lo intentó todo. Verbigratia, desprestigiar profesionalmente a los peritos: "¿Conoce usted el libro del profesor Tal y Cual de la universidad de Roma? ¿Y los informes de los peritos internacionales de la universidad de Madison?", trompeteaba con el tono del locutor de un concurso radiofánico. O bien se eternizaba en disquisiciones bizantinas entre lo que era la construcción y lo que era el trazado de una letra. Era la ceremonia de la confusión, una apoteosis del mareo.

A medida que avanzaba la sesión, Rodríguez Menéndez se iba calentando a fuego lento. Su voz se elevaba y sus modos se hacían más grandilocuentes y excesivos. "Mi pregunta es muy concreta", decía siempre, y luego soltaba un álegato infinito e ímpenetrable. Asi es que el presidente no paraba: "No ha lugar a la pregunta por su manifiesta inconcreción". Hasta que al fin, y ya en pleno hervor, Menéndez pidió, de modo espurreante y a voz en grito, la deducción de testimonio de los tres guardias civiles "¡por prevaricación y falsedad!", porque habían dicho haber trabajado con las firmas originales y, según él, "¡no es cierto!". Incendiario arranque que dejó patidifuso al personal, ya que en el sumario consta la certificación oficial de la entrega de los originales a los peritos. Pero es que Menéndez parecía estar embaladísimo. Tanto, que a la salida de la sesión se encaró con el acusador Grassa en la sala de togas, y empezó a gritarle y a empujarle. Se diría que ayer nuestro letrado andaba con el temple perdidito.

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