Tribuna:

Vulgar

Les voy a contar la historia vulgar de un hombre vulgar. Se llama Antonio y tiene 65 años. Al terminar la guerra trabajó durante mucho tiempo en una fábrica de calzado, pero sin cotizar a la Seguridad Social. Después se empleó como pintor, y tampoco le dieron de alta. Al fin, de 1971 a 1978, trabajó con todas las bendiciones burocráticas y existió como obrero para la SS. Después se quedó en paro; cobró año y medio de subsidio, y luego siguió apuntado en el desempleo, ya sin dinero, y trabajando como eventual cada vez que le ofrecían. algo en el Inem.Hasta que cumplió 65 años hace unos meses, y...

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Les voy a contar la historia vulgar de un hombre vulgar. Se llama Antonio y tiene 65 años. Al terminar la guerra trabajó durante mucho tiempo en una fábrica de calzado, pero sin cotizar a la Seguridad Social. Después se empleó como pintor, y tampoco le dieron de alta. Al fin, de 1971 a 1978, trabajó con todas las bendiciones burocráticas y existió como obrero para la SS. Después se quedó en paro; cobró año y medio de subsidio, y luego siguió apuntado en el desempleo, ya sin dinero, y trabajando como eventual cada vez que le ofrecían. algo en el Inem.Hasta que cumplió 65 años hace unos meses, y se enteré de que le denegaban la jubilación por faltarle tiempo de cotización., No tiene recurso alguno y está enfermo. Pero éstos son simples detalles pintorescos a añadir a la desolación del caso.

Intentó entonces conseguir una pensión asistencial, 17.000 magras pesetas que reciben aquellos ancianos capaces de demostrar fehacientemente su miseria. Pero también le fue denegada por no tener la edad mínima exigida, que es de 68 años. Estupendo requisito que ha de producir pingües ahorros al Tesoro, porque los miserables deben de morirse como moscas antes de alcanzar la edad correcta. El Estado socorre a los débiles, pero siempre que sean lo suficientemente resistentes a la hambruna. Una especie de selección darwiniana pero a lo bestia.

Antonio, sin embargo, temió no poder aguantar tres años sin comer. Y se desesperó. Su mujer intentó suicidarse con el gas de la cocina, recurso letal de amas de casa. Pero falló. Como última esperanza, Antonio pidió una ayuda por enfermedad al Ayuntamiento. Pero la burocracia era tanta, y él se encontraba tan agotado tras los muchos meses de papeleo embarullante, que al final le devoró la depresión y abandonó. Ahora estará, con su mujer, muriéndose de tristeza y carencia en su cocina. Ya he dicho que es una historia vulgar: hay muchos ancianos como ellos. Para estas nimiedades, por lo visto, no alcanza la suma cuantiosa de nuestros impuestos.

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