Tribuna:

Vulgar

ROSA MONTEROLes voy a contar una historia vulgar, un suceso entre miles. Empezó una madrugada en Barcelona, cuando el enfurecido Ricardo Oliva, de 46 años, acusó a su compañera Carmen de coqueta. Encerró a la mujer en la cocina y la mantuvo allí durante horas, dándole de beber en el tazón del perro y abofeteándola de vez en cuando para abrir boca. Al fin, y a eso de la media tarde, el tipo prendió fuego a unos trapos y calentó allí una barra de hierro al rojo vivo. A Carmen no le sirvió de nada el quemarse las manos intentando pararle: los hombres suelen ser más fuertes, además de más bestias....

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ROSA MONTEROLes voy a contar una historia vulgar, un suceso entre miles. Empezó una madrugada en Barcelona, cuando el enfurecido Ricardo Oliva, de 46 años, acusó a su compañera Carmen de coqueta. Encerró a la mujer en la cocina y la mantuvo allí durante horas, dándole de beber en el tazón del perro y abofeteándola de vez en cuando para abrir boca. Al fin, y a eso de la media tarde, el tipo prendió fuego a unos trapos y calentó allí una barra de hierro al rojo vivo. A Carmen no le sirvió de nada el quemarse las manos intentando pararle: los hombres suelen ser más fuertes, además de más bestias. Así es que Ricardo Oliva le enterré la barra entre las piernas. Le abrasé los genitales, la vagina, la cara interna de los muslos. Carmen tardó cuatro meses en curarse y le han quedado cicatrices.

Todo esto lo he leído en una sentencia muy reciente cuya copia he recibido por correo. Es una historia vulgar, una entre muchas; una anécdota más dentro de una rutina sórdida. Ahí está la pobre Carlota Bustelo, desgañitándose en explicar que hay miles de casos semejantes; que hay mujeres rajadas, apaleadas, muertas; que la brutalidad se oculta en el pliegue cotidiano de los días. Pero su voz es la gota de agua en el desierto. El país parece mucho más interesado en discutir si Carlota ha acusado a la Guardia Civil de negligencia que en escuchar el horror que ha denunciado.

La violencia contra la mujer es un hábito social. El policía que ha abofeteado alguna vez a su señora, el periodista que exige obediencia a su chica o el juez que insulta a gritos a su esposa muestran un escándalo laxo, un escrúpulo tibio ante excesos como el de Oliva. La sentencia explica que considerar a la mujer como ser inferior y martirizable es una norma cultural "al parecer imposible de erradicar". ¿Qué se puede esperar de una sociedad que decide que el espanto es inmutable? Ricardo Oliva ha sido absuelto de intento de asesinato y condenado a cinco años por lesiones. Como el hecho sucedió en octubre de 1986, supongo que saldrá a la calle dentro de pocos meses.

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