Editorial:

La apasionante historia de la banca

LA SUSPENSIÓN de cotización en bolsa de los bancos de Bilbao y Español de Crédito y el inicio de las negociaciones para una eventual fusión de ambas entidades constituyen una buena noticia en el zarandeado panorama financiero. La discreción con que se han llevado a cabo los contactos previos y la coincidencia de que la medida se haga pública el mismo día en que los nuevos vicepresidentes del Banesto habían convocado una conferencia de prensa para exponer sus proyectos de futuro, añaden tintes de novela de suspense a todo el proceso.La decisión, que, según todos los indicios, ha sido apo...

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LA SUSPENSIÓN de cotización en bolsa de los bancos de Bilbao y Español de Crédito y el inicio de las negociaciones para una eventual fusión de ambas entidades constituyen una buena noticia en el zarandeado panorama financiero. La discreción con que se han llevado a cabo los contactos previos y la coincidencia de que la medida se haga pública el mismo día en que los nuevos vicepresidentes del Banesto habían convocado una conferencia de prensa para exponer sus proyectos de futuro, añaden tintes de novela de suspense a todo el proceso.La decisión, que, según todos los indicios, ha sido apoyada por el Banco de España y la presidencia del Gobierno, parece justificada en lo ridículo de las medidas de los llamados grandes bancos españoles. Es preciso acercarse al puesto 100 del ranking bancario mundial para encontrar una entidad hispana en la lista, mientras que países con un producto interior bruto similar al nuestro sitúan sus instituciones financieras en las primeras filas. Si se compara lo que sucede en la Europa comunitaria con la realidad española, no es difícil concluir que sólo un proceso de fusión relativamente acelerado -pues tiene que finalizar antes de 1992- puede salvar a la banca de nuestro país de ser devorada por las empresas europeas del ramo, o de convertirse en entidades exclusivamente locales, cuando las fronteras se abran por completo a la libre circulación de capitales. La multiplicación absurda de sucursales -en España hay casi el doble en relación

al número de habitantes que en el resto de Europa- ha contribuido a disparar los costes operativos de las oficinas y a disminuir el volumen de depósitos de cada una de éstas. Los costes de intermediación de la banca española no son competitivos con los de la extranjera, y la dispersión del negocio bancario en España potencia la debilidad intrínseca de muchas de esas entidades, de las que más de una cincuentena ha tenido que someterse a un proceso de saneamiento en los últimos años, que ha costado muy por encima del billón de pesetas al dinero de todos los españoles. La posibilidad de que bancos españoles operen también en el exterior, en justa correspondencia a la entrada de los extranjeros aquí, será exclusivamente teórica si no contamos con entidades poderosas capaces de hacerlo.

La probable fusión Banesto-Bilbao no sólo gestará la aparición del más poderoso grupo bancario de la historia de nuestro país, sino que situará a aquél en un lugar mucho más avanzado entre las empresas europeas de su sector. Con toda seguridad, además, no será la única de las fusiones que se avecinan. Vamos a asistir a un proceso similar, protagonizado por otras instituciones de crédito, a las que seguirán en la aventura no pocas compañías de seguros. El esfuerzo llevado a cabo, con el dinero de los contribuyentes, para recomponer los platos rotos de un sistema financiero víctima del oportunismo y la especulación, sería prácticamente baldío si no se completara con éste de concentración bancaria, que permita a nuestras empresas competir con las europeas en el momento de liberalización total de los mercados. Los problemas que de él se derivan son, por otra parte, considerables, lo mismo en el orden político que en el laboral. Las empresas deben esforzarse en reducir lo más posible los efectos sobre el empleo que el cierre de sucursales y el proceso concentracionario puedan originar. Los sindicatos, por su parte, necesitarán combinar la justa defensa de los intereses de los trabajadores con la colaboración en un proyecto del que depende en gran medida el propio bienestar, y la capacidad de desarrollo de éstos, en un futuro próximo.

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Pero merece la pena también referirse a los efectos políticos que en el interior de los propios bancos protagonistas de la noticia de hoy y de la familia bancaria en general pueden generarse. El desembarco en Banesto de la pareja Conde-Abelló, que se hizo con casi un 5% de las acciones del banco comprándolas en bolsa, había modificado el equilibrio de fuerzas en el seno de la institución. La guerra abierta declarada en el interior de Banesto adquiere ahora perfiles diferentes. Y, sin duda, Conde y Abelló contemplarán hoy el futuro con un prisma distinto. Aunque siempre han declarado que su interés prioritario se centraba en el grupo industrial del banco y no en la gestión de éste, en adelante su peso específico se verá disminuido. Pero no sólo Banesto experimentará sucesos de este género, sino que otros grandes bancos, en los que ya existían carreras por el poder, competiciones e intrigas, tendrán que asumir la necesidad de poner éstas en combinación con las del vecino a la hora de hacer un pronóstico fiable. En cualquier caso, se acentuará la tendencia a profesionalizar la gestión bancaria, en un sector en el que todavía es muy grande el peso de las tradiciones familiares.

Nos hallamos, así, ante el comienzo de una historia apasionante y ante uno de los proyectos de modernización de la economía española más solicitados y esperados.

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