El terror a los asaltos llega a la Galicia rural

Los 'encapuchados' sustituyen a las historias de lobos y de 'maquis' en las pequeñas aldeas

En algunas zonas de la provincia de Orense, los rumores y noticias sobre los encapuchados han sustituido a las historias de lobos y de maquis en las tertulias junto al fuego. Desde el mes de febrero de 1985, al menos 38 casas rurales han sido asaltadas, con el resultado de una muerte, una anciana de 79 años que se resistió y fue estrangulada. En todas ellas vivían ancianos, a los que los atracadores sorprendieron de noche y golpearon con dureza, ocultos bajo capuchas o detrás de la luz de una linterna.

Los atracos se desarrollan con una técnica casi de guerrilla, de una sorprendente pre...

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En algunas zonas de la provincia de Orense, los rumores y noticias sobre los encapuchados han sustituido a las historias de lobos y de maquis en las tertulias junto al fuego. Desde el mes de febrero de 1985, al menos 38 casas rurales han sido asaltadas, con el resultado de una muerte, una anciana de 79 años que se resistió y fue estrangulada. En todas ellas vivían ancianos, a los que los atracadores sorprendieron de noche y golpearon con dureza, ocultos bajo capuchas o detrás de la luz de una linterna.

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Los atracos se desarrollan con una técnica casi de guerrilla, de una sorprendente precisión en la elección de lugares, víctimas e incluso fechas. Prácticamente ninguno de los casos ha sido aclarado, a pesar de que, según reconoce escuetamente el Gobierno Civil orensano, se ha practicado una detención.El primer atraco se produjo en Refoxos (Cortegada), donde dos enmascarados consiguieron apenas 600 pesetas. Desde entonces han sido denunciados 37 casos más, con botines entre las 200 pesetas y el medio millón, aunque se supone que en otros las amenazas de represalia han conseguido evitar este trámite. Los asaltantes, en número de dos a cinco, actuaron en una veintena de términos municipales, siempre dentro de los límites de la provincia y en aldeas tan pequeñas como aisladas.

Según el Gobierno Civil orensano, las investigaciones barajan las hipótesis de una única banda o de varias que han ido descubriendo los beneficios de un método que roza la impunidad. "Ni siquiera necesitan llevar armas", aseguran, "basta con una paliza y el registro de los escasos enseres de las viviendas".

Pilar vive en Vilanova de Rente, una aldea de 32 habitantes, a menos de 10 kilómetros de Orense. El 22 de octubre de 1985 tenía 66 años y 70.000 pesetas guardadas para hacer frente a unos pagos, cuando a las tres de la mañana escuchó ruido en la puerta y se levantó creyendo que era su hijo. Eran cuatro hombres, armados de palos. Primero sintió una mano en la garganta, y luego, cómo le vendaban la cabeza y la conminaban a no moverse. Según sus vecinos, no debió hacer demasiado caso, y los asaltantes la golpearon, rompiéndole varios dientes. "Cuando se metieron a la cocina, salí como pude y pedí auxilio a unos vecinos". Pasó 15 días en casa de unos sobrinos, aterrada. "En cuando me dormía los veía delante de mí". Todavía hoy se excita al contarlo y sigue despertándose sobresaltada a esa misma hora, a las tres de la madrugada.

Una testigo del último atraco cometido hasta el momento comentó a la Prensa local que su reloj de pared daba precisamente las tres campanadas cuando las víctimas salieron a la ventana a pedir auxilio. Bernardino Diéguez, de 85 años, y Eligia Pérez, de 87, son matrimonio desde hace sólo 10 años ("había que cuidar a los padres") y viven solos en una cuidada casa de Susaus, una aldea con una docena de habitantes del municipio de Castrocaldelas. El 10 de octubre pasado, dos encapuchados accedieron con una pequeña escalera de mano a la galería de la casa e irrumpieron en la habitación. Después de golpearles brutalmente y destrozar el escaso mobiliario, huyeron con 230.000 pesetas. Hace un año ya habían intentado forzarles la puerta.

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Como la mayoría de las víctimas, Bernardino y Eligia no pudieron aportar datos sobre sus asaltantes, salvo uno que confiaron a un conocido: tenían "unos 50 años". Ni siquiera podían asegurar si hablaban en castellano, gallego o portugués, sólo recordaban que "se tiraron a nosotros como lobos y nos dijeron "vengan los cuartos u os devoramos". Una convecina, viuda y con dos hijos, reconoce estar atemorizada y que, Bernardino siempre decía "pisáis por encima de mi dinero y no sabéis dónde está". El taxista que los condujo del hospital a casa, antes de que decidieran irse a vivir a una residencia, confirma esta actitud, y comenta que "tienen que ser de por aquí. Sabían que en el pajar podían encontrar la escalera que utilizaron para entrar".

"Tienen que ser de aquí" es una conclusión generalizada entre afectados y vecinos. Es difícil moverse en el complicado entramado territorial gallego y encontrar aldeas a las que apenas llega una pista forestal sin conocer la zona. Y más aún localizar la casa de la víctima elegida. Los atracadores nunca han entrado, ni siquiera por error, en una vivienda con algún morador joven o adulto, y suelen escoger, con rara precisión, los días en que los ancianos cobran o han retirado ciertas cantidades.

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