Tribuna:

Diálogo con Hawking

Creo haber sido el primero en hablar de Hawking, el genial físico británico, al público culto de España. En 1979 fui invitado a participar en la conmemoración internacional del centenario del nacimiento de Einstein que organizó el Gobierno de la Confederación Helvética; no, naturalmente, como experto en física teórica, sino como posible expositor del pensamiento de Einstein acerca de la dignidad y las necesidades del ser humano. En el más solemne de los actos de esa conmemoración, Hawking, ya mundialmente famoso, recibió la primera medalla Albert Einstein, ese año creada para premiar a los más...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Creo haber sido el primero en hablar de Hawking, el genial físico británico, al público culto de España. En 1979 fui invitado a participar en la conmemoración internacional del centenario del nacimiento de Einstein que organizó el Gobierno de la Confederación Helvética; no, naturalmente, como experto en física teórica, sino como posible expositor del pensamiento de Einstein acerca de la dignidad y las necesidades del ser humano. En el más solemne de los actos de esa conmemoración, Hawking, ya mundialmente famoso, recibió la primera medalla Albert Einstein, ese año creada para premiar a los más eminentes cultivadores del legado einsteiniano. El hombre de los agujeros negros fue el elegido. Profundamente emocionado por la patética grandeza intelectual y moral de aquel inválido, escribí luego el artículo a que acabo de aludir.Deberes ineludibles me han impedido oír y aplaudir a Hawking en su reciente -y ójala no última- visita a España. No he podido hacer otra cosa que leer en la Prensa el amplio reflejo de sus conferencias y sus declaraciones. De la Prensa he tomado, pues, las dos sentencias del gran fisico que voy a glosar: una de índole profética y otra de carácter doctrinal.

Tres ingentes problemas ocupan actualmente la atención de Hawking: de modo inmediato, el de los agujeros-gusano, es decir, la existencia de zonas del cosmos por las que podrían escaparse la materia y la energía deglutidas por los agujeros negros; de modo más fundamental, la unificación sistemática de la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica y el conocimiento teorético del origen del universo. Piensa Hawking que la investigación astrorisica está en camino de lograr en un futuro próximo ese conocimiento, y entre bromas y veras afirma que, con él, la flisica habrá llegado a su fin. Tras la proclamación nietzscheana de la muerte de Dios, tras el augurio heideggeriano de la muerte de la filosofía, esta predicción de la muerte de la Fisíca. Si todo ello se cumple, ¿en qué se ocupará después la inteligencia del hombre? Respondan los doctos en historia-ficción.

Me gustaría preguntar a Hawking si en verdad cree en esa próxima muerte de la física, o si la profecía de ella no ha pasado de ser una expresión hiperbólica de la morrocotuda importancia, como acaso dijera Ortega, que para el porvenir de la física tendrá tal conocimiento. Movido por el pasmo universal ante la grandiosa mecánica celeste newtoniana, el gran matemático y astrónomo Lagrange escribió a fines del siglo XVIII: "Newton ha tenido la fortuna de exponer un acabado sistema del mundo. Por desgracia para los demás, no hay más que un cielo". Pero bajo ese mismo cielo vinieron y pensaron luego Clausius, que planteó de modo termodinámico y no newtoniano el problema del futuro del universo; Planck, que revolucionó en forma insospechable las ideas acerca de la emisión de la energía, y -en fin-, Einstein, autor del formidable paradigina científico que ha sustituido al de Newton. Despues de Planck, Einsteín y Hawking, ¿vendrán otros, capaces de hacer una física hoy no previsible? Quien viva lo verá Yo me atrevo a pensar que existirán esos imprevisibles fisicos,

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Atañe la segunda sentencia de Hawking -repetiré el tan conocido epígrafe de Max Scheler- al puesto del hombre en el cosmos. Hubo un tiempo en que el hombre, tópica y enfáticamente llamado, con mayúsculas, Reir de la Creación, era concebido como un microcosmos (una miniatura del cosmos en su conjunto), habitante de un astro, la Tierra, en el que el universo entero tendría su centro. Todos conocemos la, historia ulterior: Copérnico destituyó a la Tierra de su condición de centro del universo; Herschel creó el concepte) de galaxia y adivinó la pluralidad de ellas; Shapley abolió la central jerarquía del Sol dentro de la nuestra; por otra parte, Darwin obligó a romper con las ideas tradicionales acerca del origen del hombre, y bien recientemente, el sociobiólogo Wilson ha intentado reducir a pura biología zoológica la realidad de la conducta humana.

Al término de tan colosal proceso, ¿qué ha venido a ser el hombre? Muy lejos, astronómicamente lejos de seguir siendo rey de la creación y centro del universo, la ciencia nos induce a ver en él una pavesilla que por azar ha aparecido en el último rincón de una de las numerosísímas galaxias que los astrónomos han llegado a conocer y que, por necesidad, tras un abrir y cerrar de ojos en el curso temporal del cosmos, desaparecerá de éste sin dejar rastro. Esforzándose por perdurar en el tiempo con su obra, y más allá del tiempo con su fe, el antiguo rey no es más que un pobre mendigo de lo que nadie le puede dar.

Hawking no se enfrenta con ese estremecedor problema, pero se ha sentido obligado a preguntarse por la razón de ser de lo que sobre el cosmos dice hoy la fisica, y su respuesta ha sido la enunciación de un doble principio antrópico según el cual "las cosas son como son porque existimos nosotros" (principio antrópico fuerte) y "la vida inteligente ha surgido tan sólo donde las condiciones para ello han sido las adecuadas" (principio antrópico débil). ¿Herejía? ¿Petulancia de un sabio que quiere llevar al límite su condición de creador? ¿Deliberada o indeliberada extensión del idealismo romántico al conocimiento científico del cosmos? ¿Simple radicalización de lo que acerca del saber físico enseña la mecánica cuántica? ¿Actualización de la tan repetida y discutida tesis de Protágoras según la cual el hombre es la medida de todas las cosas?

"Soy una caña, pero una caña que piensa", escribió Pascal. En tanto que caña, diría tal vez en nuestros días, no pasó de ser una pavesilla cósmica; pero como caña pensante acerca de lo que es el universo, es decir, como ente que se hace cuestión de lo que son las cosas y el universal conjunto a que las cosas y él mismo pertenecen, intencionalmente me convierto en centro y razón de todo lo real. No me parece ilícito poner esta exégesis del célebre aforismo pascaliano al lado de una de las más, centrales tesis ole la filosofía zubiriana: que la más radical función de la actividad pensante del hombre consiste en convertir la realidad en ser, lo que hay en lo que es. Lo que el físico dice acerca del universo expresa, en consecuencia, su idea de lo que la realidad del universo es. La historia de la cosmología es el nunca acabado proceso de convertir la insondable realidad del cosmos en el ser del cosmos. "Las cosas son como son porque existimos nosotros", afirma Hawking. Es decir: con nuestra ciencia, los físicos creamos para todos los hombres una concepción del ser de las cosas; pero lo que así hacemos no es crear la realidad de las cosas a que nuestra investigación se aplica.

¿Aceptaría Hawking, si por azar llegase a conocerla, esta apresurada y sumarísima interpretación pascaliano-zubiriana de su principio antrópico? Tal vez sí. En cualquier caso, cuando el nihilismo es para tantos, en una u otra de sus formas, la actitud mental de quien pretenda vivir y pensar al día, conforta descubrir que un físico genial proclama sin reservas la dignidad del pensamiento humano ante el ser y la realidad de aquello cuya contemplación tan hondamente conmovía el alma de Kant: ese cielo estrellado que las noches claras ponen ante nuestros ojos.

Archivado En