Tribuna:EL OMBUDSMAN

El jubilado puntilloso

El lector Armando López Carrasco, jubilado administrativo, ya hemos advertido que tiene mucho puntillo, y esta columna ha reflejado con prolijidad sus quejas sobre las que él considera equivocaciones detectadas en EL PAÍS. En esta ocasión nos hacemos eco de dos cartas de López Carrasco, la primera de las cuales se refiere a un reportaje del pasado 27 de septiembre, publicado en El País Semanal, titulado 'El milagro del Índico' y firmado por Inmaculada G. Mardones.En el reportaje se dice a propósito de la isla Mauricio que "los portugueses se tropezaron con ella en su primer viaje alrede...

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El lector Armando López Carrasco, jubilado administrativo, ya hemos advertido que tiene mucho puntillo, y esta columna ha reflejado con prolijidad sus quejas sobre las que él considera equivocaciones detectadas en EL PAÍS. En esta ocasión nos hacemos eco de dos cartas de López Carrasco, la primera de las cuales se refiere a un reportaje del pasado 27 de septiembre, publicado en El País Semanal, titulado 'El milagro del Índico' y firmado por Inmaculada G. Mardones.En el reportaje se dice a propósito de la isla Mauricio que "los portugueses se tropezaron con ella en su primer viaje alrededor de la Tierra". El lector apostilla: "¿A qué viaje se refiere? Porque la realidad es que en ruta hacia la India fue descubierta por el navegante portugués Pedro de Mascarenhas en 1505, bautizándola con el nombre de Cerne. Este señor, que fue gobernador de la India, participó en la expedición de Carlos V contra Túnez en 1535, al regreso de la cual falleció". La redactora, que felicita al lector por la minuciosa lectura de su reportaje, le contesta: "Usted exige que yo precise en qué viaje de los realizados por los portugueses hacia la India descubrieron la isla. Con decir que fueron ellos creo que es suficiente. Extenderme en los descubrimientos de los navegantes portugueses supone desviarse del tema que trato en el reportaje. Este señor entiende por error lo que es una precisión".

Por último, López Carrasco detecta otra posible imprecisión: "También se expone que Mauricio de Nassau, que fue el hombre que dio el nombre definitivo a la isla que tratamos, fue un 'caballero temido entre los tercios españoles por su fervor calvinista y su tenaz oposición al duque de Alba'. Aquí el error es mucho más gordo. El gobierno de don Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, en los Países Bajos duró de 1567 a 1573 y su muerte se produjo en 1582. Mauricio de Nassau, estatúder de Holanda, hijo de Guillermo el Taciturno, nació, precisamente, el mismo año en que el de Alba tomaba el poder en su país, en 1567, y falleció en 1625. Imposible, pues, de todo punto tal tenaz oposición. Considerando que el de Piedrahíta tenía 66 años cuando abandonó esa zona de Europa para ser sustituido por don Luis de Zúñiga y Requesens y que su oponente sólo alcanzaba la edad de seis años, dificil, repito, pudo ser cualquier rivalidad entre ambos". Inmaculada G. Mardones vuelve a mostrase en desacuerdo con el lector que la critica: "Ocurre otro tanto en la discordancia temporal que este señor aprecia entre los gobiernos del duque de Alba y Mauricio de Nassau. Yo menciono a este último como personaje de quien procede el nombre de la isla y, de paso, aludía al duque de Alba para situar al lector español en una referencia histórica próxima, exclusivamente. Mauricio de Nassau no combatió directamente contra el duque, pero durante su adolescencia fue testigo de la contundente gestión de Alba al servicio de la corona española en los Países Bajos".

La respuesta de un embajador

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La otra carta del puntilloso jubilado se refiere al artículo del intelectual y embajador español Ernesto Giménez Caballero que publicó, el 1 de octubre, en este diario bajo el título La olvidada tradición de Florida, en relación con la visita de los Reyes de España a siete ciudades norteamericanas de gran tradición hispánica, con exclusión de Florida. Giménez Caballero apuntaba que en 1842 Bravo Murillo había salvado a Madrid de la sed al canalizar el Lózoya. López Carrasco no está de acuerdo: "La sed de Madrid no se apagó en 1842. En 1848, el ministro Bravo Murillo encargó a los ingenieros Juan Rajo y Juan Rivera la redacción de un proyecto para la conducción a Madrid de las aguas del río Lozoya, Las obras comenzaron en 1851, y en junio de 1858 fue inaugurada la traída de aguas a la capital". El embajador reconoce esta equivocación: "El error de la fecha de 1842 por la verdadera de 1858 sobre la llegada del agua serrana del Lozoya a Madrid fue un auténtico error mecanográfico, pues precisamente dedico todo un, capítulo, 'El Madrid del agua', en mi libro inédito Madrid es así (En su tierra, en su agua y en su urbe). Fue la mañana de San Juan de 1858 cuando el Lozoya, tras recorrer 77 kilómetros de canal, se desflecaría, en un gran surtidor de 90 pies de altura, en la calle Ancha de San Bernardo. Era el 'río puesto en pie', como dijera el novelista Fernández y González, testigo y cronista del acontecimiento".

También el lector recrimina a Giménez Caballero otro de sus párrafos, donde se lee: "La histórica ayuda que a la independencia de Estados Unidos ofreciera don Bernardo de Gálvez fue superior a la del Lafayette francés". López Carrasco señala: "Esto no es cierto. La ayuda que prestó Bernardo de Gálvez a los colonos norteamericanos, en su lucha contra la metrópoli, consistió en atacar las guarniciones británicas de Florida, en aquellos momentos posesión inglesa. Pero el volumen de soldados utilizados en esta operación no fue, ni mucho menos, la cifra de los empleados por Francia en la guerra que tratamos". Amistosamente, el embajador responde al ínclito jubilado: "Don Armando me culpa de magnificar demasiado a don Bernardo de Gálvez frente a Lafayette, el francés, para la emancipación de Estados Unidos. Perdonable pecado de patriotismo ante unos datos poco conocidos debidos a mi colega el embajador Carlos Fernández Shaw, especialista en este tema".

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