Tribuna:

Gracia

Ignoro si Eva, antes del pecado, tenía tetas. En el caso de que Dios se las hubiera impuesto, no le servían de nada. En el paraíso, Eva jugaba con la naturaleza como lo hace hoy Estefanía de Mónaco. Entonces el sueño era la sustancia de las cosas y la forma estaba constituida por las verdes sombras del vacío. Mientras duró el estado de gracia, los senos de la primera mujer sólo crecieron para que un estanque los reflejara, y ella misma se los miraba a través del agua dormida; también los veía en el interior de las pupilas del hombre, confundidos con otras frutas cerebrales. La existencia comen...

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Ignoro si Eva, antes del pecado, tenía tetas. En el caso de que Dios se las hubiera impuesto, no le servían de nada. En el paraíso, Eva jugaba con la naturaleza como lo hace hoy Estefanía de Mónaco. Entonces el sueño era la sustancia de las cosas y la forma estaba constituida por las verdes sombras del vacío. Mientras duró el estado de gracia, los senos de la primera mujer sólo crecieron para que un estanque los reflejara, y ella misma se los miraba a través del agua dormida; también los veía en el interior de las pupilas del hombre, confundidos con otras frutas cerebrales. La existencia comenzó así de bien, pero con el pecado llegó la economía. Los pechos femeninos, fuera del Edén, se convirtieron en una lechería familiar donde abrevaron patriarcas jueces y reyes del desierto. Desde los tiempos del Génesis, las glándulas mamarias han sido una servidumbre sagrada. Pero muy pronto nacieron los poetas, que intuyendo una era futura transformaron los pechos de una doncella en gacelas o palomas torcaces objetos de obscura caza. Después los amantes han adivinado los senos desnudos, a lo largo de la historia, bajo los peplos de mármol palpitante en las esculturas grecolatinas, haciendo nido en la intimidad de las chilabas, bailando entre harapos de estameña en el Medievo, sujetos con refajos en la época renacentísta, trincados con el corpiño o desfogados hasta la garganta en ,el segundo imperio, amarrados con ballenas por la cultura puritana, sin perder nunca el origen económico y el destino laboral al que fueron condenados.Las tetas de la mujer son sólo para jugar: he aquí la última conquista de los países industrializados. Algunas multinacionales de la lactancia han hecho posible aquel sueño del Cantar de los cantares. Los pechos femeninos se han convertido en aquellos cervatillos que huían del amado poseído por la mística de la carne, y gracias a los potitos de Nestlé ahora en Occidente se mueven libres y desacralizados mirándose en el espejo del mar, investidos de nuevo con la inocencia preternatural.

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