Cartas al director

Comentario ingenuo

Hoy, primer día de trabajo del mes de agosto, faltan todos los que disfrutan sus vacaciones en este mes. Los que quedamos -entre mustios por la envidia y avaros de conservar intacto el derecho a su disfrute- llevamos el trabajo de la oficina con cierta parsimonia, aletargados por el calor y la resignación. En este clímax, pica en el fondo de nuestra conciencia una sensación como de disgusto por el destino del hombre en las sociedades desarrolladas. No es fácil aceptar -porque es imposible comprender- la necesidad de trabajar ocho horas diarias 11 meses cada año. ¿Para qué el adelanto de la téc...

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Hoy, primer día de trabajo del mes de agosto, faltan todos los que disfrutan sus vacaciones en este mes. Los que quedamos -entre mustios por la envidia y avaros de conservar intacto el derecho a su disfrute- llevamos el trabajo de la oficina con cierta parsimonia, aletargados por el calor y la resignación. En este clímax, pica en el fondo de nuestra conciencia una sensación como de disgusto por el destino del hombre en las sociedades desarrolladas. No es fácil aceptar -porque es imposible comprender- la necesidad de trabajar ocho horas diarias 11 meses cada año. ¿Para qué el adelanto de la técnica? (Quizá debiera preguntar, ¿para quién?)¿Se piensa esto -más o menos- en las esferas donde pensar y poner en acto lo pensado es posible?

Es fácil caer en la tentación de aventurar soluciones cuando de ello no se deriva responsabilidad (Quizá por lo contrario los políticos y gestores de la "economía sean tan pasivos.) Yo, en el primero de los casos, expongo unas medidas -las que a bote pronto se me ocurren-, poco pensadas y quizá menos fundadas (condicionadas, eso sí, a que las hagan suyas todos los países de la CE). Éstas son:

- Limitación de las posibilidades de beneficio personal y trasvase del excedente a beneficio social.

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- Movilización de todos los recursos posibles en programas culturales, en fondo y forma (no de limitaciones coercitivas), para llevar al convencimiento de los pueblos la conveniencia de limitar y hacer selectivo el consumo.

- Programas, también, que sensibilicen de la necesaria solidaridad para hacer más sólida y confiada la convivencia, compartir el trabajo con reducción de nuestra jornada y ampliación de nuestro descanso para eliminar el desempleo o compartirlo, no como desamparo y pobreza, sino como liberación y solaz.

- Programas -más aúnque generalicen el gusto por los bienes de la cultura (y la oferta necesaria), a todos los niveles, con especial preocupación por los que sólo tienen la tensión íntima que les pone en pugna constante con su propio límite.

No es tan difícil, ¿verdad? Ahora, como el momento no es apropiado para mayor esfuerzo, pongo fin a mi ingenua reflexión y dejo para otro más ocurrente y esforzado la solución más acabada, que tiene que haberla y necesario es encontrarla-

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