Tribuna:

También los osos son malos

Si les interesa la actualidad, esta historia sucedió en Nueva York, a finales de mayo. Yo estaba allí cuando ocurrió y tomé unas notas en un estuche de cerillas, luego perdí el texto, y a mi regreso no tenía ganas de volver a escribirlo, ya que había perdido hasta la página del periódico. Pero como la moraleja de la historia sigue siendo válida, se la cuento a ustedes ahora, y si se enfadan por el retraso, recuerden que las primeras noticias de la guerra de Troya las recibieron ustedes con un retraso mucho mayor.Jardín Zoológico de Central Park. Unos chicos juegan cerca del estanque de los oso...

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Si les interesa la actualidad, esta historia sucedió en Nueva York, a finales de mayo. Yo estaba allí cuando ocurrió y tomé unas notas en un estuche de cerillas, luego perdí el texto, y a mi regreso no tenía ganas de volver a escribirlo, ya que había perdido hasta la página del periódico. Pero como la moraleja de la historia sigue siendo válida, se la cuento a ustedes ahora, y si se enfadan por el retraso, recuerden que las primeras noticias de la guerra de Troya las recibieron ustedes con un retraso mucho mayor.Jardín Zoológico de Central Park. Unos chicos juegan cerca del estanque de los osos blancos. Uno de ellos desafía a los demás a darse un baño nadando alrededor de los osos, y para obligar a sus amigos a zambullirse les esconde la ropa. Los chavales se meten en el agua, chapotean alrededor de un osazo plácido y somnoliento, se burlón de él y el oso se enfada. Alarga una garra y se come, o mordisquea, a los niños, dejando algunos pedazos por allí. Llega la policía y acude el alcalde en persona. Se discute sobre matar al oso o no se reconoce que la culpa no fue suya y se escribe algún artículo al respecto ¡Qué casualidad! Los niños tenían nombres españoles: puertorriquenos, por más señas, tal vez de color, quizá recién emigrados; en cualquier caso, avezados en la bravata, como to dos los muchachos que se agrupan en pandillas de los barrios pobres.

Interpretaciones varias, todas ellas bastante severas. Bastante difundida la reacción cínica, por lo menos a viva voz: selección natural; si eran tan idiotas como para nadar junto a un oso, bien merecido se lo tienen. Yo ni siquiera a los cinco años me habría metido en el estanque. Interpretación social: bolsas de pobreza, escasa educación. ¡Vaya, hombre! Se es lumpen hasta en la imprudencia y en la irreflexión. Pero yo ine pregunto: ¿qué escasa educación, si hasta el niño más pobre ve la televisión y lee los libros de la escuela, (in los que los osos devoran a los hombres y son muertos por los cazadores?

Llegado a este punto, me pregunto si los niflos no entraron en el estanque porque ven la televisión y porque van a la escuela. Probablemente esos niños fueron víctimas de nuestra mala conciencia interpretada por la escuela y los mass media.

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Los seres humanos siempre fueron despiadados con los animales, y cuando se dieron cuenta de su maldad empezaron, si no a amarlos a todos (porque con toda tranquilidad siguieron comiéndoselos), sí, al menos, a hablar bien de ellos. Si luego consideramos que los media, la escuela y las instituciones públicas tienen que hacerse perdonar tantas cos;1s hechas, a los hombres, a fin (le cuentas, resulta remunerador, psicológica y éticamente, insistir en la bondad de los animales. Se deja morir a los nlños del Tercer Mundo, pero se invita a los niños de primero a respetar no sólo a las libélulas y a los conejitos, sino también a las ballenas, cocodrilos y serpientes.

Obsérvese que, en sí misrna, esta acción educativa es correcta. Lo que es excesivo es la técnica persuasiva que se elige: para h,acer a los animales d'lgnos de supervivir se los humaniza y se los aniña. No se dice que tienen derecho a la supervivencia, aunque, según sus costu-11bres, sean salvajes y carnívoros sino que se les hace respetables, haciéndolos sensibles, grac:iosos, bonachones, benévolos, sabios y prudentes.

No hay nadie más imprudente que un lemming, ni irás perezoso que un gato, ni rnásbaboso que un perro en agosto, ni más maloliente que un cerdo, ni más histérico que un caballo, ni más cretino que una mariposa nocturna, ni más viscoso que un caracol, ni más venenoso que una víbora, ni menos fantasiosoque una hormiga, ni menos rriusicalmente creativo que un ruiseñor. Simple,mente hay que amar -y si ne, podemos, por lo menos respetar- a estos y otros animales por lo que son. Las fábulas de un tiempo exageraban con el lobo feroz. Las fábulas de hoy exageran con el buen lobo. No hay que salvar a las ballenas porque sean buenas, hay que salvarlas porque forman parte del ajuar natural y porque contribuyen al equilibrio ecológico. En cambio, a nuestros hijos se les educa a base de ballenas parlantes, lobos que toman el hábito de la Orden Terciaria franciscana y, sobre todo, al Oso Teddy hasta en la sopa.

La publicidad, los dibujos animados y los libros ilustrados están llenos de osos más buenos que el pan, respetuosos de las leyes, cariñosones y protectores. Para un oso es insultante oír que tiene derecho a vivir porque -como se dice en mi tie,rra- es grande y gordo (ciula e balosso). Por tanto, sospecho que los pobres niños del Central Park murieron no por defecto, sino por exceso de educación. Son víctimas de nuestra conciencia infeliz. Para hacerles olvidar lo malos que son los hombres, les han explicado demasiadas veces que los osos son buenos. En lugar de decirles lealmente qué son los hombres y qué son los osos.CC EL PAIS

Traducción: Ángel Sánchez Gijón.

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