Tribuna:

Juguete

Un día no lejano los pobres van a conquistar todo el mundo usando sólo el arma del amor, ese juguete del sexo que Dios nos ha regalado. Así han caído siempre los imperios de la tierra. No es la guerra o el asedio violento lo que destruye una civilización, sino esa lenta e implacable labor de zapa del instinto genésico que se realiza en nocturnidad sobre infinitos petates a la vez a cargo de los bárbaros. En la lucha entre varias culturas al final vence aquella que fornica más. Este planeta tiene ahora 5.000 millones de seres humanos y algunos son todavía rubios, altos y ricos, los cuales fabri...

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Un día no lejano los pobres van a conquistar todo el mundo usando sólo el arma del amor, ese juguete del sexo que Dios nos ha regalado. Así han caído siempre los imperios de la tierra. No es la guerra o el asedio violento lo que destruye una civilización, sino esa lenta e implacable labor de zapa del instinto genésico que se realiza en nocturnidad sobre infinitos petates a la vez a cargo de los bárbaros. En la lucha entre varias culturas al final vence aquella que fornica más. Este planeta tiene ahora 5.000 millones de seres humanos y algunos son todavía rubios, altos y ricos, los cuales fabrican bombas y bombones, usan papel higiénico color de rosa y apenas se reproducen, y no obstante se creen los amos, puesto que viven anegados por la abundancia en sus reservas de Europa y Norteamérica, pero en realidad ya están cercados, aunque ellos juegan a ignorarlo mientras se calan el preservativo. La naturaleza es una madre muy equitativa: a los ricos les da ametralladoras y a los pobres les concede fecundidad. Sin duda este último armamento es el más terrible.Desde la cumbre del imperio occidental donde habita un residuo de blancos anglosajones se escucha el fragor del resto de la humanidad formado por negros miserables, indios podridos, árabes infectos y latinos con costra. De noche cualquiera puede oír sus gritos de amor o de deseo en el momento de aparearse a ciegas, y esos gemidos de placer en las tinieblas, que en realidad son himnos de guerra, constituyen la amenaza mayor para los rubios privilegiados, tan exquisitos, armados y estériles. Los pobres están fuera de las murallas. Allí se multiplican en progresión geométrica y cada criatura que arrojan a la luz es una nueva bomba cebada por el hambre. Los pobres copulan en defensa propia de un modo desesperado. Utilizan el sexo como un rifle. Disparan confusamente, pero una ley inexorable los conduce a sobrevivir, a ganar esta batalla por inundación general. Creo que el capitalismo será vencido por el sexo. Sólo con ese juguete se podrá asaltar el palacio de invierno.

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