Editorial:

Atentado en Líbano

LA HIPÓTESIS menos verosímil para explicar el asesinato del primer ministro libanés, Rachid Karame, es que con su desaparición se busque acentuar aún más el proceso de desintegración del Estado libanés. Como un ectoplasma invulnerable a las más sostenidas asechanzas, cataclismos y complós de todo género, Líbano ha demostrado ser, en los últimos 30 años de invasiones y discordia civil, tan indestructible como inencontrable. Muy al contrario, es la pasión sectaria de construir un Líbano a su imagen y semejanza lo que ha acabado verosimilmente con la vida del primer mimistro, que era libanés por ...

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LA HIPÓTESIS menos verosímil para explicar el asesinato del primer ministro libanés, Rachid Karame, es que con su desaparición se busque acentuar aún más el proceso de desintegración del Estado libanés. Como un ectoplasma invulnerable a las más sostenidas asechanzas, cataclismos y complós de todo género, Líbano ha demostrado ser, en los últimos 30 años de invasiones y discordia civil, tan indestructible como inencontrable. Muy al contrario, es la pasión sectaria de construir un Líbano a su imagen y semejanza lo que ha acabado verosimilmente con la vida del primer mimistro, que era libanés por necesidad, sirio por preferencia y nacionalista árabe por vocación apasionada.La gran ironía de la vida de Rachid Karame es la de que, siendo por formación política y pasión personal un hombre en la línea de los islámicos secularizadores, un joven entregado al panarabismo modernista cuando, a principios de los cincuenta, Gamal Abdel Nasser proclamaba la primera y auténtica independencia de Egipto, haya servido a su causa en el Estado más ferozmente multiconfesional del mundo árabe.Cuando inició su carrera pública, la vida libanesa se regía por el pacto de 1943, por el que el presidente debía ser un cristiano maronita; el presidente de la Cámara, un druso, y la jefatura del Gobierno recaer en un suní. Mientras el pacto fue capaz de expresar la realidad política de Líbano -es decir, en tanto que la composición de los diferentes segmentos religiosos de la vida nacional se mantuvo en líneas generales-, Karame cumplió escrupulosamente las reglas del juego, a pesar de que su idea del país se inclinaba al reconocimiento de una cierta autonomía secular para Líbano en el contexto de la gran Siria- Al hacerse evidente, en los años setenta, que la pujanza del shiismo, el declive paralelo, así como la división de las diferentes confesiones cristianas y, sobre todo, la inyección del problema palestino, hacían insostenible el mantenímiento de un pacto heredado de una situación colonial, Karame propugnó la modificación de la carta fundacional como paso hacia la secularización del Estado. El primer ministro asesinado, sin embargo, mucho más estadista de un Líbano futuro que sólo existía en sus esperanzas que señor de la guerra con sus propias milicias, como tantos de sus rivales cristianos o musulmanes, quiso llevar adelante esa política, cooperando con sus adversarios, sin hacer naufragar la frágil barca común.

Su muerte no favorece a Siria, que lo tenía como hombre seguro, aunque no títere; puede resultar indiferente para Israel, cuya realpólitik se entiende bien con la de Damasco en el reparto de esferas de influencia en Líbano, y no sería vista con disgusto por las facciones cristianas más radicales, para las que incluso el gradualismo de Karame era una amenaza. Pero es para esa idea tan indestructible como inexpresable de lo que es o puede ser Líbano para quien es una gran pérdida la muerte del líder suní.

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