Tribuna:

Una impresión del Perú

El lunes pasado, día 18, era el aniversario del comienzo de las actividades terroristas de Sendero Luminoso en el Perú y todo el mundo esperaba algún atentado espectacular. A su vez, la Guardia Civil, la Guardia Republicana y la Policía de Investigación se habían declarado en huelga desde hacía varios días y aquel mismo lunes era la fecha decisiva para llegar a un acuerdo o recurrir a la intervención directa del Ejército y la Marina para desalojar a los policías encerrados en sus cuarteles. Durante el día había habido, ya enfrentamientos armado entre policías y militares en el centro mismo de ...

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El lunes pasado, día 18, era el aniversario del comienzo de las actividades terroristas de Sendero Luminoso en el Perú y todo el mundo esperaba algún atentado espectacular. A su vez, la Guardia Civil, la Guardia Republicana y la Policía de Investigación se habían declarado en huelga desde hacía varios días y aquel mismo lunes era la fecha decisiva para llegar a un acuerdo o recurrir a la intervención directa del Ejército y la Marina para desalojar a los policías encerrados en sus cuarteles. Durante el día había habido, ya enfrentamientos armado entre policías y militares en el centro mismo de Lima y la tensión era extrema. Y para el día siguiente, martes 19, estaba anunciada la primera huelga general desde que asumió el poder el presidente Alan García, huelga general que se desarrolló efectivamente con gran participación.En unos mismos días se manifestaban, pues, muchas tensiones acumuladas y estallaban muchas contradicciones latentes. Y, sin embargo, observando los acontecimientos en directo uno no tenía la sensación de que el sistema estuviese amenazado por una crisis inmediata. La tensión es grande, los problemas son muy serios y las perspectivas son confusas, pero el capital político del Gobierno aprista es todavía grande, Izquierda Unida es fuerte pero no es una alternativa de Gobierno frente al APRA, la derecha está enormemente desprestigiada y dispersa y las fuerzas armadas no parecen estar en condiciones de dar un golpe de Estado. No hay, pues, alternativas a corto plazo. Pero si no hay alternativa por ahora, los problemas son suficientemente graves como para desencadenar una espiral de conflictos y tensiones que, a la larga, hagan fracasar la actual experiencia democrática.

El presidente Alan García y su Gobierno llegaron al poder empujados por una verdadera ola de esperanzas populares. Encontraron un país atenazado por una deuda exterior descomunal, desangrado por la política neoliberal del Gobierno conservador del presidente Belaúnde, inerme ante la ineficacia y la corrupción de la Administración y de las fuerzas armadas y de orden público, exasperado por las tremendas desigualdades sociales y por la aparición de nuevas marginaciones junto a las tradicionales, amenazado por el estallido de Sendero Luminoso y siempre inquieto ante el peligro de intervención de las fuerzas armadas. Detrás del triunfo aprista había, pues, una gran esperanza, una enorme expectativa de cambio. Y ésta era su baza más importante, su fuerza principal.

No era la primera vez que el APRA ganaba las elecciones, pero sí la primera que podía ejercer el poder sin que los militares diesen un golpe de Estado para frustrar su triunfo. Ello demostraba que tras haber fracasado el, Gobierno conservador favorecido por los militares y tras haber fracasado igualmente el régimen militar del general Morales Bermúdez, la derecha no estaba en condiciones de impedir el acceso del aprismo al poder. Esta era la segunda gran baza del aprismo, la segunda razón de su fuerza.

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El problema era saber cuáles eran sus posibilidades reales y sus márgenes de maniobra. La derecha había tenido que resignarse a perder el poder político, pero tenía fuerza suficiente para intentar limitar la acción reformista del nuevo Gobierno y dictarle condiciones. El peso del aparato de Estado heredado de la situación anterior era descomunal y los condicionamientos económicos intemos y externos no dejaban mucho espacio para las grandes reformas de estructura. Por otro lado, los problemas heredados eran tan serios, tenían raíces tan profundas y exigían soluciones tan urgentes que cualquier error, cualquier retraso, cualquier pasividad o cualquier incomprensión de los gobernantes se podría convertir en un deterioro inmediato de los valores de la democracia, es decir, del fundamento mismo de la legitimidad del nuevo Gobierno.

El APRA abordó su tarea con una baza enormemente importante: la figura del propio presidente Alan García, un líder joven, carismático, populista, que conectaba bien con amplios sectores de la sociedad peruana. Detrás de él se formó un equipo de Gobierno con hombres jóvenes en su mayoría, técnicos de nuevo cuño que representaban un cambio en la vieja estructura del aprismo y que le permitían representar las aspiraciones de las nuevas clases intermedias y de los sectores más modernos de la burguesía, sin perder su condición de partido popular.

Nadie puede negar que el presidente Alan García y su Gobierno actuaron con decisión y audacia desde el primer momento. su política internacional, se inscribe, de manera renovadora, en la línea del mejor estilo del APRA histórico, lo cual ha convertido el Perú en un elemento central de toda la política de afirmación nacional y de independencia de los países subdesarrollados. El planteamiento del problema de la deuda exterior es suficientemente significativo, a este respecto.

En la política interior se decidió poner el acento principal en la lucha contra la inflación, mediante una política de ajuste duro que facilitase las inversiones privadas como medio principal de lucha contra la crisis y el desempleo. Al principio se obtuvieron algunos éxitos significativos y la inflación se redujo sustancialmente. Pero las inversiones no siguieron de manera tan inmediata: las públicasvpor la falta de recursos del Estado; las privadas por la prudencia y las reticencias de los propietarios de capitales.

Quizá en otros países existan más margen para que los resultados positivos puedan esperar un poco. En el Perú el margen es muy reducido. Las desigualdades sociales son descomunales. Un porcentaje altísimo de la población lucha meramente por subsistir. Basta contemplar el tremendo espectáculo de los llamados pueblos jóvenes, de la periferia de Lima. En la capital misma, la distancia social, cultural y económica entre los barrios populares del centro y los barrios donde viven las clases adineradas -Miraflores, San Isidro y otros- es inmensa. Las poblaciones quechua y aymara del interior andino siguen marginadas en su pobreza y su atraso. Sólo la acción audaz y casi heroica de muchas municipalidades -simbolizadas por el extraordinario ejemplo autogestionario de Villa El Salvador, recientemente galardonada con el Premio Príncipe de Asturias- y la abnegación de muchos dirigentes políticos del APRA y de Izquierda Unida permiten paliar los efectos más negativos de esta situación.

Pero los paliativos no son suficientes. La miseria y la marginación de tanta gente son un caldo de cultiver para Sendero Luminoso. Y el auge del terrorismo senderista potencia a su vez él intervencionismo creciente de las fuerzas armadas.

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En sus 21 meses de mandato, el Gobierno de Alan García ha tenido que enfrentarse ya a crisis tan serias como la salvaje represión de los motines en los penales de Lima y El Callao por parte de las fuerzas armadas, el intento de sublevación de la Aviación y la huelga de la policía. Podría parecer que esto era sólo una expresión de la resistencia de los aparatos más tradicionales del Estado a aceptar el régimen democrático. Pero en la huelga de la policía había un fuerte contenido de reivindicación social y económica y si a ello se suma el éxito de la huelga del día 19, convocada por la Confederación General de Trabajadores del Perú, la conclusión es que hay también una crisis económica y social como resultado del nuevo aumento de la inflación y del deterioro de los salarios y de las condiciones de vida.

La superposición de estas crisis conduce al Gobierno a depender cada vez más de las fuerzas armadas. A ellas se encargó la represión de los motines en los penales y nadie les ha podido exigir cuentas después terribles matanzas con que se saldó. El Ejército y la Marina frustraron el intento de sublevación de la fuerza aérea. El Ejército y la Marina fueron utlizados ahora para disuadir a los policías en huelga. Y ante la huelga general del día 19 el Gobierno pensó seriamente en utilizar nuevamente a las fuerzas armadas para hacer frente a los posibles desórdenes.

Este es, a mi entender, el principal peligro que hoy se cierne sobre la democracia peruana. Si la agudización de la crisis y el auge del terrorismo obligan al Gobierno a negociar y renegociar con las fuerzas armadas, manteniendo el toque, de queda y el Estado de emergencia, el resultado sólo puede ser la reducción del consenso popular y, de hecho, la limitación del ejercicio de la democracia a una minoría.

Como decía, creo que el prestigio del presidente Alan García y del APRA. es todavía amplio y suficiente para frenar esta posible involución. Pero tampoco se puede jugar todo a una sola carta, por importante que sea. Resulta difícil entender, por efemplo, que en una situación tan seria no se establezcan puentes de diálogo y de acuerdo positivo entre el APRA e Izquierda Unida. Las resistencias de unos y otros, unidas a las incomprensiones y los verbalismos ideológicos de los sectores más radicales pueden acabar dejando el terreno libre al involucionismo de los terroristas y de los militares. Y esto sería trágico para el Perú y para la democracia en todo el mundo.

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