Tribuna:

FRANCISCO BUSTELO Política e historia

No olvidemos que, al fin y a la postre, en la vida sólo se puede ser revolucionario, reformista o conservador. O se quiere cambiar la sociedad de arriba a abajo, o se quiere mejorarla sin variar sus fundamentos, o se quiere dejar las cosas como están por pensar que tal cual van bien. Luego, programas y partidos políticos adornan y complican el asunto, pero las alternativas básicas son sencillas.Eliminada hoy en España la opción revolucionaria -ni la queremos casi nadie ni, aunque la quisiéramos, nos dejarían intentarla nuestros buenos amigos y aliados de Occidente-, quedan las otras dos. De es...

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No olvidemos que, al fin y a la postre, en la vida sólo se puede ser revolucionario, reformista o conservador. O se quiere cambiar la sociedad de arriba a abajo, o se quiere mejorarla sin variar sus fundamentos, o se quiere dejar las cosas como están por pensar que tal cual van bien. Luego, programas y partidos políticos adornan y complican el asunto, pero las alternativas básicas son sencillas.Eliminada hoy en España la opción revolucionaria -ni la queremos casi nadie ni, aunque la quisiéramos, nos dejarían intentarla nuestros buenos amigos y aliados de Occidente-, quedan las otras dos. De esta suerte, el partido que gobierna es reformista, con ribetes conservadores, sobre todo en política económica, y el principal partido de la oposición es conservador, con algún que otro afán reformista. Las diferencias no son, por tanto, grandes, y el ciudadano, puesto a elegir, se pronuncia más bien por razón de personas, matices, historia pasada de unos y otros y eficacia o ineficacia demostrada o supuesta.

No siempre sucedió así, claro es. Nuestros reformistas-conservadores fueron antaño revolucionarios que querían acabar con la sociedad capitalista e implantar una utopía sin clases sociales, y nuestros conservadores-reformistas fueron reaccionarios que aspiraban a retroceder hacia el pasado, hasta los gloriosos tiempos de los Reyes Católicos por lo menos.

Todo ello, se dirá, es, por fortuna, agua pasada y, además, está muy bien que las ideas discurran hoy por nuevos cauces, menos extremosos y más acordes entre sí. Conforme, pero ¿no cabría aprovechar más los antecedentes de tirios y troyanos para sacar algunas lecciones? Historia magister vitae...

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Alianza Popular, por ejemplo, tendría que librarse de la inercia que en ocasiones todavía le puede. Sus antecesores avanzaron tanto hacia atrás en la historia de España que ahora le cuesta trabajo a ella caminar hacia adelante. Se esfuerza, sin embargo, hay que reconocerlo, y hasta puede que acabe convirtiéndose en un partido de centro-derecha.

En cuanto al PSOE, no hace falta animarle para que se sitúe en el centro-izquierda, donde está ya de lleno y sin complejos. Con todo, su pasado revolucionario podría resultarle útil para ser más eficaz en sus empeños reformadores. Precisamente porque en nuestra historia hubo mucha reacción, poca reforma y nada de revolución, España ha sido hasta hace poco un país social y económicamente atrasado, con muchos problemas todavía hoy pendientes.

¿Por qué les cuesta tanto a los socialistas reconocerlo? Resulta sorprendente que un partido como el PSOE, que 10 años ha hacía unos análisis feroces de la realidad social, plagada, según se pensaba desde sus filas, de injusticias y defectos, tienda hoy a embellecer y ensalzar tanto el mundo en que vivimos. Lo cual, sobre curioso, es malo para reformar, porque, ¿cómo van a corregirse si no se reconocen las deficiencias?

Por grandes que sean sus logros, acrecidos incluso en los análisis propios por la habitual inmodestia del político, es imposible que nuestros gobernantes piensen que en cinco años -máxime con una política económica tan prudente- han acabado con aquellos defectos e injusticias que hasta hace bien poco les parecían tan patentes.

¿Por qué, entonces, no hablan más de ellos? ¿Por qué no se dirigen más a todos aquellos a quienes nuestra sociedad perjudica, deja de lado, ayuda poco o no resuelve sus problemas? ¿Por creer que ya no existen? ¿Por no querer reconocer que de momento poco pueden hacer por ellos?

La reciente proliferación de huelgas y protestas en la calle hubiese suscitado en el PSOE hace tan sólo cinco años una reacción inmediata sobre la necesidad de adoptar medidas de todo tipo para paliar los inconvenientes de una sociedad con muchos agujeros.

Hoy, en cambio, tales protestas sólo irritan a los socialistas que nos gobiernan, por considerarlas poco o nada justificadas. Es más, se llega Incluso a echar la culpa, no a las inevitables lagunas y costes de una economía capitalista poco avanzada, ni siquiera a las secuelas del pasado, sino a los partidos de la oposición y a los sindicatos que no saben encauzar debidamente las quejas, cuando no las fomentan.

No son sólo los gobemantes, sin embargo, quienes así piensan. En estas mismas páginas (Jordi Solé Tura, Lo que no se discutió en el debate parlamentario, EL PAÍS del 5 de marzo), uno de nuestros mejores políticos o ex políticos -también él, como tantos otros, incluido el que suscribe, revolucionario reconvertido al reformismo- sostenía que en España no hay más problemas sociales y económicas que en otras partes y sí, sólo, peor articulación política y sindical. Arréglese la crisis de los comunistas, vienen casi a decir quienes sostienen estas posiciones, únase el centro, modernícese la derecha, organícense mejor los sindicatos, y aquí todo marchará sobre ruedas: ni paro, ni pobreza, ni marginación, ni difícil reconversión industrial, ni mala sanidad, ni sistema educativo deficiente, ni sector público defectuoso, ni nada de nada. ¡Curiosa teoría, a fe de refomista!

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