La huelga mitiga el dolor

Los dos días de paro en la sanidad fueron un bálsamo para los enfermos hospitalizados

Los enfermos vascos han sido los peor parados con la huelga de sanidad. Sólo en esta región, donde la comida tiene categoría, se han cruzado de brazos, junto al personal sanitario, pinches y cocineros. Salvo esta singular incidencia, los dos días de paro en los grandes hospitales del país han inyectado una dosis de relajo y serenidad en el atiborrado tráfago que habitualmente padecen sus pasillos y salas de espera.

Una acampada gitana junto al estanque vacío que adorna La Paz era la única aglomeración visible en este gran hospital madrileño a mediodía del viernes 27, el segundo día de l...

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Los enfermos vascos han sido los peor parados con la huelga de sanidad. Sólo en esta región, donde la comida tiene categoría, se han cruzado de brazos, junto al personal sanitario, pinches y cocineros. Salvo esta singular incidencia, los dos días de paro en los grandes hospitales del país han inyectado una dosis de relajo y serenidad en el atiborrado tráfago que habitualmente padecen sus pasillos y salas de espera.

Una acampada gitana junto al estanque vacío que adorna La Paz era la única aglomeración visible en este gran hospital madrileño a mediodía del viernes 27, el segundo día de la gran huelga sostenida por el personal sanitario. Este vivaque se repite a diario, haya o no huelga.La familia de la enferma -una tía, la hermana, la prima carnal, la sobrina segunda, el cuñado y su concuñado, sus nietos y sus bisnietos- echa la siesta sobre el césped a la espera del permiso para subir al cuarto piso. En el ascensor, de rápido que escala, casi se marean. "¡Jesús, mi tripa!", exclama la sobrina cuando el artefacto alcanza la planta. Vienen todos ellos de Manoteras, una barriada del este de Madrid. Su tía, la matrona del clan, está internada porque el corazón le asustó dos veces en un día. Creen que se va a morir. Por eso quieren estar cerca de ella. En esa espera llevan más de una semana, que nada ha alterado. Ni siquiera la huelga, que se propaga en grandes capitulares amarillas desde los ventanales. A la matrona la tratan bien. Están muy contentos de lo bien que la cuidan. No saben qué es eso de la huelga.

Con la cabeza gacha pasa rozándoles María Arroyo. Lleva de la mano a un hijo con parálisis cerebral. Ha venido desde San Sebastián de los Reyes, otra ciudad dormitorio de 50.000 habitantes al norte de Madrid. María viene aquí todos los viernes a que su hijo haga una hora de rehabilitacíón. Ese día lo pierde su hijo de la guardería y ella de sus quehaceres entre ir y venir. Hoy está aquí, como cualquier otro viernes, pero se ha encontrado la puerta del servicio cerrada, sin ningún cartel avisador. Su cita era para las 12.30. Nadie le ha advertido que lo de su hijo no entraba dentro de los mínimos, que su caso no era urgente, que no le iban a atender.

La sala de rehabilitación de La Paz fue el único servicio que mantuvo cerradas -sin aplicación de mínimos ni atención de urgencia- sus puertas. Ninguno de la treintena de fisioterapeutas que lo atienden estaba en su puesto el viernes. Ni siquiera alguien que avisara a María para que no cargara con su hijo y evitarle un viaje en balde.

El resto de las salas se encontraban insólitamente vacías. Los servicios administrativos habían cancelado por teléfono todas las citas con pacientes a consulta o a operar. Las plantas bajas de La Paz, un escenario parecido a un zoco moro abigarrado, se encuentran bajo mínimos, es decir, en silencio y nunca como en esta ocasión sugieren el sosiego propio de un hospital.

Sólo las urgencias acogían una presencia humana ligeramente superior a la normal. Era debido a que algunos enfermos, al ser rechazados por ambulatorios en huelga dentro o fuera de la capital, habían recurrido a la admisión de urgencia de este hospital para asegurarse la asistencia.

Una ambulancia -a la que tuvo que pagar en mano al concluir el servicio- condujo desde Coslada al marido de Mercedes, aquejado de un fuerte dolor en un costado. Eran las dos de la tarde y todavía no le habían dicho una palabra sobre la situación del enfermo, que había ingresado tres horas antes.

Mejor que antes

Por encima de los entresuelos, donde se apilan por plantas las habitaciones de los internos, también domina la serenidad y la quietud. Elisio Senante tiene una hermana operada de páncreas desde hace 10 días. Asegura que si antes ya la trataban bien, con la huelga la tratan mejor. "Mucho mejor, si cabe". Ellos han venido desde Alcañiz (Teruel), "uno de los pueblos más bonitos de España, ¿sabe usted? Allí somos los más famosos porque tenemos un hotel, un restaurante, la gasolinera... Todo el mundo me conoce".Elisio sabe que a su hermana le queda un futuro en precario. Pero el peso de esta incertidumbre sombría se le ha hecho más llevadero estos dos días. Los médicos y enfermeras de la planta han estado más solícitos que nunca y por los pasillos no ha tenido que pedir paso para cruzar entre la barahúnda.

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