Tribuna:

Marcinkus

Aunque reclamado por la justicia italiana, no obstante, el arzobispo Paul Marcinkus, banquero de Dios, habiendo eludido la orden de busca y captura, se halla en este momento sentado a la mesa de un alto despacho financiero del Vaticano, donde con todos los honores se está fumando un puro Davidoff. El humo de este inmenso veguero sustituye al incienso en el recinto de terciopelo, bargueños y óleos con ninfas carnales. La copa de vodka que reposa junto a los expedientes de inversiones hace las veces de cáliz en cuyo alveolo de cristal tallado el aguardiente de cereales hierve como la sangre de o...

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Aunque reclamado por la justicia italiana, no obstante, el arzobispo Paul Marcinkus, banquero de Dios, habiendo eludido la orden de busca y captura, se halla en este momento sentado a la mesa de un alto despacho financiero del Vaticano, donde con todos los honores se está fumando un puro Davidoff. El humo de este inmenso veguero sustituye al incienso en el recinto de terciopelo, bargueños y óleos con ninfas carnales. La copa de vodka que reposa junto a los expedientes de inversiones hace las veces de cáliz en cuyo alveolo de cristal tallado el aguardiente de cereales hierve como la sangre de otro dios transparente. En el despacho acorazado de Paul Marcinkus ahora entra un secretario para notificarle que abajo, en la ventanilla de la curia, hay un sujeto de mala catadura que intenta conseguir un crédito facial. El arzobispo banquero se pellizca la mandíbula y pregunta cómo se llama ese tipejo.-Francisco de Asís, contesta el secretario.

-¿Dices que tiene el rostro torvo?

-Parece un mendicante, monseñor.

-¿Para qué quiere el dinero?

El secretario le explica a Marcinkus que el señor Francisco ha llegado vestido con hábito de estameña y pide una póliza de tres millones para montar una granja en los campos de Asís. Trata de fundar una santa comunidad de zorras y gallinas, de conejos y hurones, de cabras y lechugas que convivan juntos en nombre de la bondad universal. Jura que los hombres y los lobos son hermanos. El arzobispo Marcinkus da una chupada al Davidoff, se moja los labios con una llamarada de vodka y por su mente cruza la imagen fugaz de un ahorcado que se balancea en un puente de Londres.

-¿Trae algún aval ese costroso?

-Sólo habla de un tal Jesús y de una tal María.

-Aquí esas firmas no sirven. Crédito denegado.

Luego el banquero Marcinkus pregunta al secretario si ha llegado el encargado de poner en su despacho el cristal antibalas.

Sobre la firma

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