Tribuna:

El tren

Se preguntó qué hora sería, desvelado en la oscuridad de la habitación. Había perdido la noción del tiempo y durante el insomnio no hacía sino recordar lejanos e inciertos fragmentos de la infancia: aquella alberca de agua verde en el jardín, las tardes de verano que exhalaban un perfume de hoguera apagada, los sabores de mermelada olvidados en una profunda alacena, las viejas melodías en las placas del gramófono La Voz de su Amo.Probablemente había sido feliz en el pasado, e incluso había gozado de algunos instantes dorados, llenos de gloria corporal, cuando el amor le visitó por primera vez....

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Se preguntó qué hora sería, desvelado en la oscuridad de la habitación. Había perdido la noción del tiempo y durante el insomnio no hacía sino recordar lejanos e inciertos fragmentos de la infancia: aquella alberca de agua verde en el jardín, las tardes de verano que exhalaban un perfume de hoguera apagada, los sabores de mermelada olvidados en una profunda alacena, las viejas melodías en las placas del gramófono La Voz de su Amo.Probablemente había sido feliz en el pasado, e incluso había gozado de algunos instantes dorados, llenos de gloria corporal, cuando el amor le visitó por primera vez. Ahora ese mundo se había esfumado. Había sido arrollado por la juventud, abandonado por la belleza. Insomne en la oscuridad, se revolvía abrazando la almohada como a una novia primitiva y todas las aspiraciones de su frustrada madurez se desvanecían en la memoria. A veces oía el silbido de un tren. Aquel sonido atravesaba la niebla helada y luego se perdía. Cerca de su casa de campo pasaba el ferrocarril, pero esa noche él sabía que todos los trenes eran el mismo. Los vagones iban vacíos e iluminados y en el convoy viajaba sólo aquella mujer, asomada a la ventanilla del coche cama con la cabellera derramada, y en las tinieblas su imagen cruzaba el paisaje nocturno en uno y en otro sentido, bien hacia la niñez, bien hacia la muerte. Confundido por la necesidad del sueño, no lograba descifrar si aquella mujer representaba un amor agotado que se alejaba o era una renovada pasión que se acercaba en medio de un fragor de hierros, dispuesta a inundarle de nuevo. Sabía que el año 1987 acababa de empezar como una nueva forma de tedio. Imaginaba los gestos cansados, los días repetidos, las voces y las miradas sabidas que le esperaban. Sólo deseaba diluirse en las frescas mejillas de la almohada, pero de pronto el mismo convoy silbaba lejos en la campiña y entre la arboleda desnuda él vislumbraba la ventanilla iluminada y oía el grito oscuro e insonoro de aquella mujer que le invitaba a subir al último tren hacia el paraíso.

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