Editorial:

Madres experimentales

LAS REPRESENTANTES feministas asistentes a la I Conferencia Europea sobre Nuevas Tecnologías Reproductivas e Ingeniería Genética, celebrada recientemente en Palma de Mallorca, consideraron que estas tecnologías no son instrumento liberador de la mujer y han propuesto una moratoria en su práctica."Rechazamos la elinúnación y destrucción de formas de vida y la interferencia en la evolución natural por medio de la ingeniería genética aplicada no sólo en seres humanos, sino también en plantas, animales y microorganismos", declaran las feministas. Pero resulta que el aborto constituye un tipo de in...

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LAS REPRESENTANTES feministas asistentes a la I Conferencia Europea sobre Nuevas Tecnologías Reproductivas e Ingeniería Genética, celebrada recientemente en Palma de Mallorca, consideraron que estas tecnologías no son instrumento liberador de la mujer y han propuesto una moratoria en su práctica."Rechazamos la elinúnación y destrucción de formas de vida y la interferencia en la evolución natural por medio de la ingeniería genética aplicada no sólo en seres humanos, sino también en plantas, animales y microorganismos", declaran las feministas. Pero resulta que el aborto constituye un tipo de intervención en esa evolución natural de los seres y un tipo de eliminación de una forma de vida.

La contradicción entre estos dos postulados apenas se resuelve con los argumentos que contra la fecundación in vitro e incluso contra la inseminación artificial se esgrimen. En su oposición a estas técnicas, las asistentes a la asamblea evocaban razones de economía sanitaria. Una ponente española estimaba en 1,5 millones de pesetas los costes directos de la prestación médica en el caso más sencillo de la inseminación artificial, y ponía en relación este precio con la cifra, entre 400.000 y un millón de pesetas, a que se elevan en España los trámites de una adopción. En esta línea se pide la detención de las prácticas de fecundación artificial para beneficiar otras atenciones sanitarias que afectan a un número mucho mayor de mujeres.

Pero no sólo en nombre de la economía se pide la moratoria. Otra segunda razón es la de los peligros que se derivan del tratamiento para fecundar in vitro y los escasos éxitos que se le atribuyen a esta práctica: un 6%, según la Medical Tribune, referido a Estados Unidos. Los dos grupos de razones respetables no singularizan, sin embargo, el problema en su carácter médico ni tampoco en su dimensión feminista. La decisión de afrontar un coste más alto frente a la alternativa de la adopción corresponde a la esfera de las preferencias y capacidades individuales. Por lo demás, es seguro que con el proceso de las investigaciones los costes se rebajarán en el próximo futuro. En cuanto a los riesgos, no son privativos de esta modalidad clínica, y las feministas no han podido olvidar aquellos que comporta el embarazo mismo, el aborto o la experiencia de cualquier trasplante. Falta, sin embargo, mencionar una razón más. Una razón que explotó en el acto de clausura, donde la algarabía de gritos y pancartas con "No toquéis nuestros óvulos" ahogó la intervención del presidente de la comisión parlamentaria para el informe de la fecundación in vitro.

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Si las feministas antes denunciaron su papel de subordinación y explotación a manos masculinas en otros ámbitos, las congresistas creen descubrir una nueva forma de explotación en los experimentos biológicos que científicos y médicos hombres practican sobre sus órganos. Partiendo de que no existen garantías plenas de éxito y de riesgo cero, estas representantes sospechan que su cuerpo está siendo instrumentalizado por una investigación inspirada en altas ambiciones de lucro y acaso en fines de manipulación genética.

Pero dificilmente esta sospecha podría aplicarse en este caso a las mujeres como un conjunto social. En cada caso es una mujer individual, o ella con su pareja, quien decide recurrir o no a esa opción. Otra cosa es exigir el derecho a una información exhaustiva sobre los riesgos que comporta el acto médico; pero una vez que ello se cumple, la situación es equivalente a la de quien decide aceptar cualquier otra intervención quirúrgica. Por lo demás, mal se entiende que las feministas busquen garantías totales si exigen la suspensión de toda la investigación biogenética incluso "con plantas, animales y microorganismos".

Las asistentes a este congreso parecen sufrir dificultades a la hora de disociar en sus análisis las cuestiones científicas de las sociales, y éstas del comportamiento individual de las gentes. El sexo es, a un tiempo, fuente de placer individual, sistema social de reproducción y, por lo mismo, basamento de un poder. El movimiento feminista ha llamado justamente la atención sobre la tragedia que significa para la gestante el embarazo no querido. El recurso al aborto es, en esas circunstancias, una opción basada en el derecho individual a la posesión del propio cuerpo, en la negativa a someterse a esquemas de poderío social, incluso si para eso es preciso recurrir a una acción médica.

Los experimentos de maternidad artificial tienden, por su parte, a resolver los problemas de las mujeres que efectivamente desean un embarazo y no pueden conseguirlo. Y esto, señalan las feministas, implica una manipulación de nuevo signo tanto del útero como de la aspirante a madre. Llama la. atención el paralelismo de muchas de estas argumentaciones con las de quienes rechazan el derecho al aborto. Parece como si el movimiento feminista aceptara la existencia de un orden moral natural que desean respetar, sin explicar por qué puede y debe haber derecho al aborto y no en cambio a la reproducción artificial.

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