Tribuna:

La prueba

Aborrezco el trabajo de profeta cuyo prestigio consiste en presagiar catástrofes. Tampoco me gustan los moralistas de oficio ya que viven o comen caliente gracias a la existencia del mal que combaten y por eso en el fondo lo aman. Dicho esto, debo anunciar que el V Centenario del Descubrinúento de América se aproxima fatídicamente sin que nadie pueda impedírlo y que encima ese mismo año en Barcelona se celebrarán también los Juegos Olímpicos. Arrepentíos, hermanos, porque el fin se acerca. ¿Acaso no vamos a perecer todos reventados por un estallido de palabras grandiosas? El descubrimiento de ...

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Aborrezco el trabajo de profeta cuyo prestigio consiste en presagiar catástrofes. Tampoco me gustan los moralistas de oficio ya que viven o comen caliente gracias a la existencia del mal que combaten y por eso en el fondo lo aman. Dicho esto, debo anunciar que el V Centenario del Descubrinúento de América se aproxima fatídicamente sin que nadie pueda impedírlo y que encima ese mismo año en Barcelona se celebrarán también los Juegos Olímpicos. Arrepentíos, hermanos, porque el fin se acerca. ¿Acaso no vamos a perecer todos reventados por un estallido de palabras grandiosas? El descubrimiento de América fue una inmensa chapuza y para conmemorarla se están ya preparando unos Juegos florales de tipo atlántico. Esta batalla de rosas y discursos va a necesitar una gran inversión en claras de huevo. Miles de millones se llevan gastados ya en oratoria, pero eso no es nada todavía. A medida que se avecinen las terribles jornadas de 1992 los políticos irán ahuecando la voz un poco más, las declaraciones de amor hispánico crecerán en énfasis y en falsedad, el vacío de las frases ganará la atmósfera y de repente se producirá una gigantesca explosión de flato. Algunos lograrán sobrevivir a esta hecatombe verbal, aunque muy pocos podrán escapar de dos a la vez, puesto que ese mismo verano Barcelona será la encargada de albergar las Olimpiadas y allí habrá otras profundas detonaciones.A estas alturas ya se sabe que esta reunión de atletas sólo es un pretexto para poner patas arriba una ciudad, hacer buenos negocios de cemento armado, anunciar las bebidas que refrescan las fauces de los campeones, lanzar una nueva marca de zapatillas y poner de moda una determinada dieta para estar en forma sin levantarse del sillón. El resto no son más que sumas fabulosas de dinero y palabras graridilocuentes en torno al cultivo del espíritu. Cuando la palabrería de los Juegos Olímpicos entre en contacto con la verborrea del Descubrimiento de América nadie estará a salvo. Resistir ese tormento será la gran prueba de los próximos tiempos.

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