Tribuna:

Héroes

En mi último artículo mencioné a Pinochet; permítanme hablar hoy de los chilenos. De todos esos hombres y mujeres que en este mismo instante, mientras lee usted el diario, están viviendo en medio de una realidad atroz. Chile ocupa obsesivamente mi atención en estos días, con sus tedéums recamados en oro y sus noches malditas. En las madrugadas, el país se convierte en una inmensa cárcel. Atrapados en sus domicilios por el toque de queda, sin ninguna legalidad que les respalde, los ciudadanos cuentan el lento paso de las horas pequeñas. Quizás alguien aporree sus puertas antes del alba; y no se...

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En mi último artículo mencioné a Pinochet; permítanme hablar hoy de los chilenos. De todos esos hombres y mujeres que en este mismo instante, mientras lee usted el diario, están viviendo en medio de una realidad atroz. Chile ocupa obsesivamente mi atención en estos días, con sus tedéums recamados en oro y sus noches malditas. En las madrugadas, el país se convierte en una inmensa cárcel. Atrapados en sus domicilios por el toque de queda, sin ninguna legalidad que les respalde, los ciudadanos cuentan el lento paso de las horas pequeñas. Quizás alguien aporree sus puertas antes del alba; y no será el lechero de Churchill, sino la muerte y la barbarie.Ahí está la madre de César Bunster, el chico a quien acusan del atentado a Pinochet, pidiéndonos a gritos que nos comprometamos en el rescate de su hijo: "Lo único que puede salvarle es que se hable de él", explica. Ahí está Toro, el abogado de la Vicaría, que esperó a pie firme la llegada de los verdugos de la noche y que se salvó gracias al coraje y la solidaridad de los vecinos. Ahí está el periodista Carrasco, requetemuerto. Ahí está Soledad Larraín, esa psicóloga de 32 años que encabezó la manifestación madrileña y que regresé después a Chile tan sólo acompañada, como ella mismo dijo, de su miedo.

El héroe asustado, ése es el único en quien creo. El héroe mediocre y sin leyenda, el funcionario que se niega a asistir al acto pinochetista, la estudiante que sale a manifestarse con las piernas temblando y un pavoroso hedor a churruscada carne de opositor en la memoria. Héroes desconocidos que mueven el mundo a fuerza de proezas chiquitas, de colosales menudencias. Les aterra ser héroes, pero un sentido básico de la dignidad les fuerza a seguir hacia delante. Cuánto dolor anónimo hay invertido a lo largo de la Historia; vivir como un ser humano tiene un coste injusto, elevadísimo.

Ahí está Chile entero, en fin, pagando en sangre el derecho elemental a ser personas. Quizá, como dice la madre de Bunster, les ayude el que hablemos del tema, el airearlo. Hoy he escrito sobre Chile por ver si sirve de algo.

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