Edurne Uribelarrea

La primera masajista del fútbol español cuida los músculos de los jugadores del Padura de Arrigorriaga (Vizcaya)

Edurne Uribelarrea no ha pisado jamás la general de San Mamés, sabe que un jugador del Athlétic -¿Sarabia? "Sí, ése"- se las mantuvo tiesas con Clemente y reconoce que su admiración por Arconada es simplemente estética. Es evidente que entre sus aficiones no figura el fútbol. Sin embargo, desde hace semanas acude al campo de la localidad vizcaína de Arrigorriaga para cuidar los músculos y los huesos de los futbolistas del Padura, de Primera Regional Preferente. Es la primera masajista del fútbol español.

Alberto Higuero, entrenador del Padura, se sorprendió cuando descolgó el teléfono. ...

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Edurne Uribelarrea no ha pisado jamás la general de San Mamés, sabe que un jugador del Athlétic -¿Sarabia? "Sí, ése"- se las mantuvo tiesas con Clemente y reconoce que su admiración por Arconada es simplemente estética. Es evidente que entre sus aficiones no figura el fútbol. Sin embargo, desde hace semanas acude al campo de la localidad vizcaína de Arrigorriaga para cuidar los músculos y los huesos de los futbolistas del Padura, de Primera Regional Preferente. Es la primera masajista del fútbol español.

Alberto Higuero, entrenador del Padura, se sorprendió cuando descolgó el teléfono. Desde luego no esperaba una voz de mujer Había comentado en la oficina que el equipo necesitaba un masajista. "Si tenéis algún amigo interesado en el puesto, decidle que me llame". Le llamó Edurne. Un diploma de auxiliar de clínica y la perspectiva de un largo paro fue ron las razones que la impulsaron a solicitar el cargo de masajista. "Pensaba que era un trabajo normal. Estaba en el paro y se me ofrecía la posibilidad de trabajar Así que lo acepté", razona Edurne Uribelarrea.Tiene 26 años y despliega una timidez que la hace parecer un tanto frágil. Apenas sin enterarse Edurne ha roto el primer tabú del fútbol: en los vestuarios sólo en tran los hombres. Y nadie ha pro testado. El entrenador consultó con la plantilla. Ningún jugador puso objeción alguna a la presencia de una mujer. La directiva también se mostró de acuerdo. Ni un solo espectador ha elevado una queja. A Edurne le preocupa más el revoloteo de periodistas por el botiquín. "No alcanzo a ex plicarme todo este jaleo. Sólo pretendo trabajar y adquirir experiencia. Para mí esto no se diferencia en nada de un empleo de prácticas. Por otra parte, nadie se escandaliza porquie un equipo de mujeres sea atendido por un masajista o un médico, algo habitual en el deporte".

Edurne acude todas las tardes al campo del Santo Cristo acompañada por Mertxe Laucirika, que fue la prmera en tener noticias del comentario del entrenador del Padura. Mertxe estudia un curso de laboratorio y forma con su amiga una perfecta sociedad comanditaria: sus caracteres son opuestos y complementarios. Mientras Edurne mantiene una actitud reservada y contesta con monosílabos, Mertxe es arrasa dora. Habla con desparpajo, gesticula y parece encantada en el pequeño mundo de gasas, linimento y mercurocromo.

No se deja intimidar por nadie, ni tan siquiera por el portero del equipo, un gigante con aspecto de medio melé que se presenta en el botiquín con una herida en el tobillo. Mertxe le indica que se siente en la camilla, algo que al portero le parece excesivo y le obliga a farfullar en voz baja: "Pero ¿cómo me voy a sentar ahí?". Mejor no hubiera dicho nada, porque el mandato es ahora imperativo y tonante: "¡Siéntate!". El gigante obedece medio azorado y extiende la pierna herida. Aquél no es su terreno. Es el de Edurne y Mertxe, y así se lo recuerdan con un folio pegado en la puerta del botiquín: "Se ruega silencio. Entren de uno en uno. No se puede entrar con botas, utilicen sandalias. No se puede sacar nada de la enfermería".

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