Editorial:

La danza de las bolsas

LOS MERCADOS internacionales de valores se vienen comportando en las últimas semanas de forma tan errática que han sembrado la intranquilidad entre millones de pequeños ahorradores, precisamente aquellos que se encuentran más desprotegidos por su menor información para adelantarse a estos movimientos.Los economistas afirman desde hace largo tiempo que las bolsas son el barómetro de la situación de cada país en concreto y de la coyuntura económica internacional en conjunto. Pero esta teoría, a primera vista al menos, parece incumplirse actualmente. En efecto, no es congruente que la primera bol...

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LOS MERCADOS internacionales de valores se vienen comportando en las últimas semanas de forma tan errática que han sembrado la intranquilidad entre millones de pequeños ahorradores, precisamente aquellos que se encuentran más desprotegidos por su menor información para adelantarse a estos movimientos.Los economistas afirman desde hace largo tiempo que las bolsas son el barómetro de la situación de cada país en concreto y de la coyuntura económica internacional en conjunto. Pero esta teoría, a primera vista al menos, parece incumplirse actualmente. En efecto, no es congruente que la primera bolsa del mundo, Nueva York, alcance la cota récord de 1.919,71 en el índice Dow Jones el pasado 4 de septiembre para bajar vertiginosamente hasta 1.767,58 el último lunes, con la consiguiente pérdida de 152,12 puntos en 10 días. Algo semejante a lo acontecido en otros mercados, como Londres o Tokio, que ayer perdió 667,33 yenes en el índice Nikkei.

España tampoco ha podido sustraerse a este vaivén enloquecedor. Y si la Bolsa de Madrid, que centraliza en torno al 80% de las operaciones nacionales, anunció a bombo y platillo la superación del mítico nivel del 200% el pasado 2 de septiembre, ayer el índice general de este mercado había descendido hasta 192,07, con una pérdida de 11,67 puntos en dos semanas.

Los expertos se cuidan mucho de establecer comparaciones odiosas. Los operadores de Wall Street han tenido a bien recordar que la pérdida máxima de este mercado, el pasado día 11, supuso un 4,6% de descenso, mientras que durante el martes negro de 1929 se registró una baja del 12,82%. Pero si bien las diferencias cuantitativas parecen evidentes, no por ello las cualitativas dejan de llamar la atención.

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La economía de Estados Unidos sufre graves desequilibrios -en eso coinciden los economistas independientes y los responsables de la Casa Blanca-, que van desde los déficit público y comercial, con unos 200.000 y 150.000 millones de dólares, respectivamente, hasta las inquietudes suscitadas por la deuda acumulada por los países del Tercer Mundo, con su negativa influencia en el sistema financiero estadounidense; sin olvidar los rebrotes inflacionistas, como el previsto aumento del 4,5% de los precios. Tampoco es un secreto que la economía norteamericana influye decisivamente en las demás economías mundiales.

Esta situación ya era sabida desde tiempo atrás y, en todo caso, no ha variado tan sustancialmente como para justificar que el mercado de valores oscile con la fuerza que lo está haciendo. Así, nacen dudas respecto a la bolsa como reflejo de la coyuntura económica, política y social. Y surgen nuevos interrogantes respecto a los procesos de manipulación que pueden sufrir estos mercados por parte de las grandes instituciones inversoras -bancos, cajas o fondos de pensiones-, que aprovechan un hecho muy determinado, como puede ser las reticencias japonesas o alemanas occidentales para acometer nuevos recortes de los tipos de interés, para especular a la baja en el mercado en busca de mayores beneficios. Esta situación es más grave en los mercados españoles, donde la estrechez de los volúmenes de contratación permite que, según estimaciones de los propios operadores bursátiles, más de las tres cuartas partes del negocio estén controladas por estas instituciones.

La bolsa tiene su razón de ser en la captación de fondos para las empresas en las mejores condiciones financieras posibles, y en este contexto, la existencia de un segundo mercado es condición indispensable para el buen funcionamiento de todo el sistema. No puede existir una compraventa de acciones fructífera y eficaz si unos ahorradores no pensaran que unos valores van a subir y que otros van a bajar. En caso contrario, todos querrían comprar o vender al mismo tiempo. La disparidad de criterios es tan inevitable como que ésta se refleje en aquello que los técnicos denominan dientes de sierra, en oscilaciones al alza y a la baja.

Pero si los movimientos, debido en parte a la inconsistencia de factores fundamentales en el sistema económico y mucho a la especulación, son muy erráticos, ello no puede sino generar una desconfianza entre los ahorradores y quebrantar los planes de financiación empresarial, justo en unos momentos en que parece buscarse una liberalización de la circulación de capitales a nivel planetario.

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